19. Lou

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Dejo que Rodrigo me bese, sin oponer resistencia ninguna. Es un beso frío, al menos yo lo siento así, pero, a juzgar por la necesidad con la que debora mis labios, Rodrigo está sintiendo todo lo que yo no.

Es extraño, llevo días pensando en besarlo sin más, semanas enteras anhelando su sabor en mi boca, pero ahora no siento absolutamente nada.

Sus palabras se repiten en mi cabeza sin parar, en un bucle que hace salir todos los pensamientos que he luchado por contener.

He empezado a sentir más que atracción física por Rodrigo, eso es algo que no puedo negar, pero no puedo permitir que él sienta lo mismo por mí. Puedo vivir con el dolor de todo lo que nunca pudo ser, pero no soportaría ver ese mismo dolor en él. Preferiría que me operasen a corazón abierto sin anestesia antes que ver sus ojos verdes oscurecidos por el dolor que le causa mi marcha.

Quizá me estoy precipitando con todos estos pensamientos negativos, pero prefiero causarle un pequeño dolor ahora que romperle el corazón en dos meses.

-¡Eh, tortolitos!- grita uno de los amigos de Rodrigo, me lo han presentado antes, pero ya no recuerdo su nombre. Es más o menos de mi altura, tiene el pelo casi tan largo como yo, recogido en rastas que lo hacen parecer algo hippie a pesar de que viste como un niño rico-. Venid, toca momento sentimental de borrachera junto a la hoguera.

Se va corriendo antes de que vuelva a girarme hacia Rodrigo, que parece no haber cambiado de posición. Sigue pegado a mí, con las pupilas dilatadas reflejando la luz de la luna, tiene los labios separados, respirando con cierta dificultad. Hemos pasado más tiempo del que me ha parecido besándonos.

Tenía la cabeza en otro sitio.

-Lou- empieza, haciendo que un fuerte nudo se forme en mi estómago y quiera correr, ya sea hacia el pueblo o hacia el mar. Quiero salir de aquí.

-¡Venid, ya!- grita Alonso esta vez, que parece haber sido enviado por el otro chico cuando no le hemos seguido. Nunca había agradecido más la presencia del castaño.

Me levanto lo más rápido que puedo, limpiando mi vestido de arena, y camino hacia Alonso lo más rápido que me permite la arena atrapando mi pie a cada paso. Rodrigo nos sigue, de mala gana.

Le he dejado con todas las palabras en la boca, tenía mucho más que expresar.

No puedo dejar de pensar en lo que ha dicho, en lo bonito que me ha parecido que diga que estamos en el fondo del mar, en paz. Juntos.

Nos sentamos alrededor de la pequeña hoguera improvisada y todos empiezan a hablar de cosas íntimas que no contarían si estuvieran sobrios.

Rodri no dice nada, ni siquiera se molesta en fingir que les presta la más mínima atención. Cada vez que me atrevo a levantar la mirada de la arena me encuentro con la tormenta de sus ojos verdes. No quiero saber lo que está pensando, lo que sea que quiera decirme, me aterra confirmar que puede haber desarrollado cualquier emoción positiva hacia mí.

Parece mentira que fuese yo la que quería que aceptase ser amigo mío, sabiendo que los ojos con los que lo miraba eran algo mucho más allá.

Ahora, que parece reaccionar de la misma forma que yo, solo pienso en hacer las maletas e irme antes de que sea demasiado tarde.

Si algo sé al cien por cien de él es que si quiere algo nadie puede hacerlo rendirse hasta que lo consigue.

Y ahora mismo yo soy su objetivo.

Me respaldo en Alonso para no volver a casa, logro que nos quedemos ahí hasta que ya no hay nadie más, pero mi amigo tatuado ya no aguanta más. SIgue borracho y tiene demasiado sueño, si lo entretengo más no llegará a su casa. No quiero que mañana despierte apoyado contra una farola impregnada en pis de perro.

En el fondo del mar (Pausado)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora