Capítulo 2. Las leyes de la vida

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Una mañana a principios de octubre, en un lugar de una ciudad...

Guillermo abre los ojos. Mira la hora en el despertador digital que tiene en su comodín y observa; las 7:40. ¡Ostras! ¡No puede ser! Se levanta de un sobresalto y comprueba que ha mirado bien la hora. Sí, efectivamente no hay ninguna confusión, se ha quedado dormido. En veinte minutos tiene que estar en clase y, aunque todavía tiene margen, le gusta tomarse las cosas con calma. Menuda manera de empezar el lunes. Y así comienza el día, con prisas. Rápidamente se viste con lo primero que tiene a mano, se dirige al aseo para lavarse y por último se peina. Las 7:50. Odia las prisas, pero más todavía llegar tarde, aunque seguramente llegará con el tiempo justo. Sale de casa en ayunas, con la mochila sin revisar y camina a un ritmo bastante ligero.

Nada más salir a la calle comienza a llover. Guillermo va sin paraguas pero prefiere no dar marcha atrás o, en caso contrario, sí que llegará tarde. Afortunadamente no está muy lejos el instituto. Corre con la vista al frente, cuando de pronto cree que le han llamado, se gira ¿ha sido a él? ¡No! Pero acaba de tropezar con una chica.

—¡Au! ¡Qué daño! —Se queja la chica que está en el suelo.

—Perdona, pensaba que me habían llamado y bueno... No te vi. Lo siento. —Intenta justificarse mientras se levanta.

—No importa —responde algo sonrojada mientras realiza la misma acción.

—¿Estás bien?

—Sí. Mojada pero bien. —La chica aparenta un par de años menos que Guillermo. Viste con uniforme y en su peinado destacan sus dos trenzas.

La estudiante no tarda en irse mientras que Guillermo hace la intención de seguir su camino, pero entonces se da cuenta de que se ha dejado en el suelo un monedero rosa de Hello Kitty. ¿Va o no va? Sí, debería ir, al fin y al cabo ha sido culpa suya que se le haya caído.

—¡Espera! —grita mientras corre en busca de la chica—. Me parece que esto es tuyo.

—Gracias, me has salvado el almuerzo —responde ella más sonrojada de lo que estaba.

¡Es verdad! Con las prisas se ha dejado el almuerzo en casa. El estudiante de administración se desespera. Pero no le importa, no tiene tiempo que perder. La lluvia sigue cayendo sobre la ciudad y Guillermo tiene que darse prisa para no llegar tarde. Se despide definitivamente tras un silencio incómodo y vuelve a coger su trayecto y a correr, aunque esta vez va con más precaución. Avanzan los pasos y también los minutos, pero cuando alcanza definitivamente el instituto mira la hora y sabe que ha llegado tarde. Son las 8:05 cuando Guillermo toca la puerta.

—Buenos días, ¿se puede? —pregunta al profesor que ha iniciado la clase.

—Lo siento, sabe que en mis clases lo primero es la puntualidad —responde firme el maestro de contabilidad financiera.

—Pe...

—No hay peros que valgan. Si no les enseñamos a ser puntuales, dudo que lo sean cuando estén trabajando. Buenos días a usted también. —Y tras su firme decisión ignora al chico que se mantiene en la puerta y continua con la explicación que había iniciado hace un par de minutos.

Finalmente se da por vencido. Cierra la puerta, suspira y cabizbajo piensa en qué hacer la próxima hora. ¿Volverse a casa? No, prefiere adelantar temario, además, regresar a casa sería sinónimo de seguir mojándose. Lo primero que hace entonces es ir al aseo y secarse con el secador. Lo segundo, dirigirse a la biblioteca del instituto para elaborar resúmenes de lo que hasta ahora ha dado. Lo último que quiere es perder el tiempo. No hay ni un alma en la sala. Tan solo el silencio es interrumpido por las pisadas aún mojadas de sus zapatillas. Los minutos van discurriendo mientras que Guillermo intenta realizar resúmenes del temario aunque no llega a concentrarse del todo. Se siente bloqueado. Quizás porque no está acostumbrado a perder horario escolar, quizás su responsabilidad le genera remordimiento, o puede que todavía es demasiado temprano para concentrarse en una materia donde probablemente los exámenes estén lejos. Mira por la ventana cuando se da cuenta de que ha dejado de llover, es más, tímidamente, los primeros rayos de sol empiezan a asomarse por el instituto. «Hoy no es mi día», piensa abatido Guillermo.

"Yo también" no es decir te quieroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora