Epílogo

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El sol resplandece como nunca. Son veintidós grados los que marca el termómetro y no hay una sola nube que tape el cielo infinito. Los pájaros cantan y los almendros muestran con orgullo que ya han vuelto a florecer. El paisaje es completamente primaveral. Él abre la puerta de su Peugeot color blanco y cierra una vez que se ha sentado. Comprueba que lo tiene todo. El coche comienza a circular por la ciudad y observa una carretera vacía donde la tranquilidad fluye sobre él. Le encanta conducir los domingos por la mañana, sobre todo, porque hay poco tráfico. El semáforo se pone en rojo. Cruzan los peatones e instantes después el vehículo vuelve a circular. Mira por el retrovisor pero todo sigue igual de tranquilo. Esto le hace pensar en una cosa: su pasado. Lo piensa cada vez que mira por el retrovisor ya que, de alguna manera, se obliga a mirar atrás en el tiempo y piensa en todo lo que ha aprendido sin darse cuenta. Ahora se ríe de todo lo vivido. ¡Si parece que es otra persona!

El vehículo hace la primera parada pero el conductor no baja del coche. Pita un par de veces avisando que ya ha llegado. Ella se asoma al balcón y sonríe. Luego, hace un gesto indicando que solo tardará un par de minutos. Y así sucede porque sin darse cuenta la puerta se abre de repente y le saluda.

—Hola cielo.

—Hola cariño —responde ella dándole un beso en los labios.

El coche vuelve a circular y, en esta ocasión, sí que se dirige a su destino. Los dos hablan o, mejor dicho, él intenta hablar, solo que ella no calla. Así que sonríe mientras disfruta únicamente con escucharla. Se miran a los ojos y ella se sonroja.

—¿Me pasas las gafas de sol? Me molesta el sol ahora que lo tengo de frente.

—¿Te refieres a las Rayban que te regalé?

—Sí, me las he dejado en el cajón, junto a las entradas.

Ella no tarda en encontrarlas y se las da. Y, así, sigue el trayecto mientras suena en la radio la canción Destino o Casualidad, de Melendi. ¿Cuántas veces la han escuchado juntos? Han perdido la cuenta. Se identifican tanto con su letra...

—Mira, es aquí. Gira a la izquierda cuanto antes. —Él obedece.

—¿De verdad que no necesitaremos poner Google Maps?

—¡Qué pesado! ¡Que no amor! —Gesticula con las manos dando a entender que se lo ha repetido infinidad de veces.

—¡Ves, aquí está!

Y tenía razón. A lo lejos ya se ve el cartel anunciando que han llegado a su destino. Los dos se emocionan, sobre todo ella que da pequeñas palmadas sin poder ocultar su felicidad. Cuando por fin estaciona el coche, el joven hace la intención de abrir la puerta pero ella le detiene con el brazo.

—¿Sabes una cosa? Este es uno de los regalos más bonitos que me han hecho. Te lo agradezco de todo corazón. —Se siente orgulloso de hacerla feliz y, sobre todo, de estar a su lado.

—Te quiero, Guille.

—Te quiero a rabiar, Romy.

La pareja ahora sí baja del coche. Un concierto de piano les está esperando.

"Yo también" no es decir te quieroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora