Una tarde a finales de octubre, en un lugar de una ciudad...
Calles húmedas, parques vacíos y hojas arrastradas por un viento que desemboca en grandes charcos. Así continúa la ciudad. Otro día más de lluvia. ¿Cuántos días consecutivos lleva lloviendo? Quizás demasiados para las fechas en las que estamos. Los habitantes se encuentran cada vez más cansados de este clima y, optimistas, esperan a que definitivamente pase la borrasca para al menos volver a ver el sol.
Mientras tanto, cada uno sigue enrolado en sus vidas, con su rutina, como en el caso de los estudiantes y trabajadores. Son las cinco de la tarde y Julio aborda una jornada como otra cualquiera, trabajar doce horas diarias si el jefe lo ordena, que desde la vuelta de vacaciones no se ha interrumpido ese ritmo. Está en el descanso que le corresponde. Aunque de nuevo, se tienen que cubrir entre los propios compañeros si quieren desconectar durante unos minutos y aprovechar para comer algo e hidratarse. Julio observa el calendario. ¿Cuántos días lleva trabajando con esa intensidad? ¿Cuántos minutos, o mejor dicho, cuantas horas ha regalado a Industrias Valor? Pero la gran pregunta es: ¿sigue en pie la promesa que hasta no hace tanto se hizo? ¿Adónde han ido esas palabras? ¿Dónde quedan las ilusiones cuando están paralizadas?
Él se formula esas preguntas cada noche, en esos minutos que guarda para él justo antes de cerrar los ojos. Por el momento la realidad es otra bien distinta, donde manda el trabajo, las obligaciones y también los números. Sin darse cuenta ya han pasado los diez minutos que le corresponden, ni tan siquiera le ha dado tiempo a comprobar su teléfono móvil.
—¡Julio! ¡En poder acércate! Se nos acumula el trabajo. —Es la voz de uno de sus compañeros.
«Ostia puta, qué pesados son», piensa textualmente con esas palabras. Y así regresa a sus obligaciones para volver a cargar y ordenar en los almacenes. El resto de la tarde funciona con normalidad, cada uno en su puesto de trabajo hasta que Julio recibe la llamada de Juan Carlos. ¿Qué querrá esta vez? ¿Más horas? Imposible. ¿Volver a modificar su puesto de trabajo? ¿Venir a trabajar el próximo fin de semana? No sería de extrañar, aunque da por hecho que en ese caso se negaría.
Toca la puerta antes de entrar. Odia hacer ese tipo de cosas. ¿Por qué tanta educación si el primero que no respeta nada es el propio empresario? El despacho es bastante pequeño, incluso los muebles de esa pequeña oficina deberían de haber sido cambiados hace tiempo. Destaca en la sala el olor a humo de tabaco, algo que a cualquier trabajador le resulta normal pues esa costumbre viene ya de hace años.
—¿Se puede Juan Carlos?
—Pasa Julio, pasa por favor. —Esa amabilidad no es propia del jefe, y esto le empieza a extrañar al trabajador. Después transcurren dos minutos de silencio, justo los que tarda el dueño de la empresa en comprobar unos datos en su ordenador.
—Verás, quería hablar contigo personalmente.
—Tú dirás, pues. —Se toca la mandíbula, luego aumentan los nervios, pero su silencio lo hace disimular.
—Intentaré ir al grano, no quiero ponerte más nervioso. —La cara del propio Juan Carlos no es agradable, suspira y le mira a los ojos. Luego sigue hablando—. Tengo que darte una mala noticia. El propósito por el que te he citado es para comunicarte que tu relación con esta empresa ha llegado a su fin. —Silencio de nuevo, pero solo por unos instantes.
—¿Cómo dices? —pregunta perplejo.
—Lo que has oído. Lo siento Julio, no es esa mi intención. La empresa no está atravesando por su mejor momento... —Y esa justificación, por llamarlo de alguna manera, hace que estalle y no pueda más.
—¿Me estás diciendo que esta empresa va mal...? ¿He oído bien, Industrias Valor en crisis? Nos estamos pudriendo en esta mierda, ¿y ahora me vienes con estas? —Juan Carlos escucha, aunque no se sorprende por su reacción. Era de esperar—. ¡Me cago en la puta, por Dios! ¡Que no tengo vida por tu maldita culpa! ¡Que tengo la espalda jodida por darlo todo por vosotros! ¿Y así me lo pagáis?
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"Yo también" no es decir te quiero
Romance¿Sabes? He estado observando esta mañana desde mi ventana. Algunos caminan cabizbajos, otros corren apurados de un lugar a otro como si se les fuese a ir la vida. Los hay que van a un bar en busca de una cerveza a falta de sonrisas. ¿Pero...? Todos...