Capítulo 7. Hay estrellas que brillan indefinidamente

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Una mañana a mediados de octubre, en un lugar de una ciudad...

A la gente le encantan los sábados. Sin duda es uno de los días donde la mayoría de nosotros más disfrutamos de nuestro tiempo libre. Suele ser uno de los días de la semana que menos madrugamos. Además, aprovechamos para tomar un café con algún conocido, ir al cine con nuestra pareja o, ¿por qué no?, salir de compras. También es el día donde muchos de nosotros estamos pendientes de la pantalla del televisor para ver jugar a nuestro equipo favorito. ¿Qué sería de los sábados sin estos detalles?

Para Daniel no es un sábado más. Solo tiene ocho años pero hoy se levanta impaciente de la cama y con muchas ganas de que llegara este momento. De hecho, lo tenía señalizado en color rojo en el recuadro de su calendario. Hoy es el primer partido de fútbol sala que juega con sus compañeros del colegio. Todavía no sabe qué se siente al jugar un partido con árbitro, con público, pero lo que tiene claro es que va a disfrutarlo mucho. Queda una hora para el partido, pero de nuevo ha vuelto a comprobar que lo tiene todo en su bolsa deportiva: zapatillas, rodilleras, medias, la equipación y también los guantes. Sí, Daniel va a ser uno de los porteros de su equipo. Sueña con ser tan buen portero como lo fueron en su día Casillas o Víctor Valdés, defender la portería de un gran equipo de mi primera división y, ¿por qué no?, llegar también a jugar con la selección española. Sabe que no es un camino fácil, pero quiere poner todo su empeño y sus ganas en intentarlo. Ha visto con su padre muchos partidos y vídeos específicos para porteros: cómo tiene que tirarse, maneras de atajar un balón, cómo actuar en un penalti, otros vídeos de estrategias...

Sale de su habitación y ya tiene preparado el desayuno: vaso de leche con Cola-Cao y cereales. Saluda a su madre con un beso mientras que su padre le despeina el pelo cariñosamente preguntándole si está nervioso. Daniel asiente con la cabeza aunque a la vez se siente muy ilusionado.

Sale de casa junto a su padre. Su madre no puede ir a verlo por cuestiones de trabajo, aunque intentará asistir el próximo partido. La mañana es bastante fresca, quizás el día con las temperaturas más bajas en lo que llevamos de otoño. Llegan al polideportivo. Algunos de sus compañeros ya están allí, otros por el contrario tardarán unos minutos más. El equipo de Daniel hace tiempo conversando hasta que llega el entrenador. Todos sonríen, se impacientan y entran al vestuario. El entrenador da ánimos a su equipo recordando que lo más importante de todo es participar, aunque no por ello deben jugar relajados. Daniel se cambia lentamente, quiere grabar en su mente este momento que para él es tan especial, pero sobre todo cuando se pone los guantes en sus manos. Ambos equipos salen a la pista a realizar el calentamiento. Corren al trote suave, realizan ejercicios de movilidad articular y finalmente estiran. Por último, practican los pases y lanzamientos a portería.

La mañana sigue siendo fresca, pero esto no va a impedir que esa pista de fútbol sala se llene de padres y familiares para ver a sus jóvenes promesas. El árbitro toca el silbato y así empieza a rodar el balón, donde el equipo de Daniel controla la posesión del esférico. El ambiente cobra vida; niños que sueñan, un público que anima y un árbitro que corre pendiente de las jugadas para no cometer errores.

Cinco minutos después, hay un lanzamiento desde fuera del área donde el balón entra por la escuadra de la portería de Daniel. Poco ha podido hacer en esa jugada. Esto hace que se enfade y se desanime, aunque públicamente intenta disimular su cólera. Observa cómo su entrenador ánima a todo el equipo, mirando a Daniel a quien sonríe y le dice que lo ha hecho muy bien. Sin embargo, muy diferente es la cara de su padre cuando observa que se mantiene bastante serio. El partido vuelve a ponerse en marcha. El equipo de Daniel lo intenta pero no llegan a ocasionar jugadas claras de gol. Los que sí que crean más peligro son los miembros del equipo rival, que casi sin darse cuenta cometen un error defensivo donde el delantero queda solo ante Daniel. Dos a cero. El equipo que acaba de encajar el segundo tanto se desanima y todos son caras largas. Llega el descanso. El entrenador es el primero en motivarlos. Les recuerda que aún pueden ganar el partido y que sobre todo no se desmotiven, pues al fin y al cabo todo esto es un juego. El entrenador realiza unos cuantos cambios, simplemente para que participe todo el equipo, de hecho, ahora jugará el otro portero por lo que Daniel se sentará en el banquillo. Nuevas caras en el terreno de juego, pero las ilusiones vuelven a desvanecerse cuando encajan el tercer gol. Cada vez resulta más difícil remontar, y es que ni siquiera están creando peligro. El partido finaliza con otro gol más encajado, que hace un resultado de cuatro a cero. Daniel y los suyos están decaídos, y es que tenían tanta ilusión en ganar... en hacer un buen partido. Seguro que habrían disfrutado mucho más si hubiesen ganado.

"Yo también" no es decir te quieroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora