Capítulo 20. Ella sonríe, él la desea

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Una tarde a principios de noviembre, en un lugar de una ciudad...

El paisaje es verdaderamente hermoso. Quizás, resulta más otoñal que nunca. No llueve, aunque el frío continúa presente entre los habitantes. Alguna hoja anaranjada baila en la nada con total delicadeza desde la rama hasta el césped. Sin embargo, también hace sol, incluso se puede percibir su calor. Hay un surtidor de agua que transmite calma al lugar. Justo enfrente ella está sentada en un banco. Parece que espera a alguien. Lleva unos botines negros, unos pantalones vaqueros azules rotos y un abrigo marrón que no deja ver del todo el color de su jersey. ¿A qué mira? ¿En quién piensa? Cierra los ojos por un instante. El aire acaricia su bello rostro, sus brazos se pliegan instintivamente tras un escalofrío que ha recorrido todo su cuerpo. Sonríe. Luego, se sumerge nuevamente en sus pensamientos.

—Hola... —Ella vuelve en sí misma. Se da media vuelta y, luego, vuelve a sonreír.

—Hola... —Él ya ha llegado. ¿Le besa? No, todavía es demasiado pronto. Quizás, él no esté preparado, o quizás sea ella quien no quiera. O tal vez los dos lo estén deseando.

Él se sienta a su lado. Los dos miran al frente, a esa gran fuente, como si ahí estuviesen sumergidas todas las respuestas. Sin embargo, se dan cuenta de que lo primero es saber qué tienen que preguntarse.

—¿Estás... mejor?

—Sí. Eso creo... —Traga saliva—. Pero cuesta mucho de olvidar...

—Entiendo. Es cuestión de tiempo... Pero estoy seguro de que acabarás olvidándolo. Fuiste muy valiente y...

—¿Cómo sabías que iba a estar allí, con la tarde que hacía? —Ella le interrumpe.

—Bueno, te llevaba observando en estos últimos días. No eras la misma. ¿Dónde estaba esa sonrisa que reluce cada mañana? Ni siquiera tu carácter era el habitual... ¡Sí habías perdido hasta tu mal genio!

—¡Qué tonto eres! —Le pega un manotazo en la pierna. Él ríe.

—Está bien. La cuestión es que noté que no eras la misma. Sabía que algo te pasaba. Entonces... le pregunté a ella, a tu amiga a la que todo se lo cuentas.

—¿Y te lo dijo entonces...?

—Le tuve que insistir un poco. Y finalmente ganó mi cabezonería. Me contó que estabas preocupada por culpa de Pedro, el profesor. Tu amiga me dio a entender que todo era cosa tuya. Y, si te soy sincero, yo también dudé. Pero ese fue el motivo que me impulsó, la duda. No me quedé tranquilo porque nadie me garantizaba que fueras a estar bien esa tarde, a solas con él. Por lo que a pesar del mal tiempo fui al instituto. Vi toda la sesión desde la ventana del pabellón. Al principio, parecía todo de lo más normal. Un profesor enseñando a una alumna. Pero algo no me cuadraba. ¿Por qué ese empeño en que mejoraras la técnica de pádel cuando había otros compañeros de nuestra clase que lo hacían mucho peor que tú? —A Leire se le escapa una carcajada.

—Qué exagerado eres. Tú que me ves con buenos ojos. —Él mantiene silencio. Después regresa a la conversación.

—Total, que solo fue cuestión de tiempo. Tú estabas nerviosa, se te podía ver en la mirada. Pedro te miraba de modo muy diferente al resto de alumnos. Luego, él se fue acercando cada vez más con la excusa de como tenías que hacer el golpeo. Tenía el móvil a mano y fui grabando las veces que se acercaba a ti. Hasta que finalmente te tapó la boca e intentó toda la acción. Me puse nervioso, tanto es así que comencé a temblar, aunque en el vídeo no se nota mucho. Quería entrar para interrumpir lo que estaba viendo pero primero necesitaba una prueba. Y sabía que una grabación de vídeo sería de mucha ayuda. Cuando pensé que ya era suficiente paré la grabación y corrí para ayudarte, pero entonces tú ya habías salido... Me pregunté cómo fue posible que escaparas de esos grandes brazos, hasta que instantes después vi que la mujer que estaba limpiando el centro interrumpió la escena. Luego todo sucedió muy rápido. Tú te alejabas del instituto a la velocidad de un rayo. Yo te llamé desde lejos, o eso creo, pero tú no me oíste. Intenté correr para alcanzarte pero todo resultó inútil. Tenías mucha ventaja y sabía que no podía alcanzarte.

"Yo también" no es decir te quieroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora