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— Cuando cierran los ojos, en que piensan exactamente? — hace una pausa, su forma de caminar recta y segura de sí mismo. Sonrió de lado causando que varias miradas se posen en mi.

— Lo único que pienso es en el mundo en el que vivimos, las muertes sin control, las perdidas que sufrimos a diario y el miedo de no volver a ver a las personas que amas en cuanto llegues a casa. Antes de que digan algo, no quiero sonar como la mitad de los hombres a mis espaldas que dicen que harán al mundo un lugar mejor, porque eso no es cierto. Este mundo, este lugar jamás podría ser cambiado pero si mejorado, mejorando las escuelas, las universidades, mejorando cada una de las casas abandonadas y dejándolas libre de costo para reducir a las personas sin hogar, Yo, Maximilieano Morreti prometo trabajar hasta mi último suspiro por un lugar de respeto para ustedes, sus hijos, mis hijos y mi próxima generación. Buenas noches.—

Observo como baja del escenario siendo captado por puros camareografos y periodistas que no paran de hacerle preguntas mientras que el solo sigue caminando hasta llegar a mi en donde hace una reverencia, toma mi mano y deja un beso en ella. Sonrió de lado para ver como uno de los fotógrafos choca conmigo y mi padre lo mira serio, su mirada se vuelve tan seria, tan seca, tan fría.

Maximiliano Morreti.

Mi padre, pero de igual forma, Antiguo Rey de la Mafia.

Eso nunca podría salir de su sistema ni de su sangre, nació para ello y morirá para ello, aun cuando tiene cierto gusto por la política actualmente.

— Cuidado por donde pasas, niño.— habla firme y cortante, podía sentir las ganas de matarlo pero se cortan en cuanto pongo mi mano en su hombro, sonrió tranquila al chico para borrar la sonrisa en cuanto salimos.  Iba a matar a alguien si no paraba de sonreír toda la noche, ya no soportaba más esto.

— Maximiliano Morreti, buen discurso hasta casi me lo creo de hecho.— hablan a nuestras espaldas, mi padre tarda en voltearse por lo cual yo doy la cara encontrando a un hombre alto, musculoso y con cabellera negra.

Detrás de él hay una niña y un chico posiblemente de la misma edad que la mía, ambos parecían odiar estar aquí. Pero solo puedo mirar al hombre enfrente de mi, podría jurar lo conozco, de donde? No tengo ni la más mínima idea.

— Los hijos, todo se hace por ello, no? — sonríe hasta que mi padre da la vuelta y extiende su mano en un saludo, el hombre desconocido tarda en tomar su mano y por unos minutos deseo arrancar su mano por dejar a mi padre esperando, hasta que la toma y veo su tatuaje en la muñeca.

Serpiente.

Mmm, interesante.

— Ian Volkova.— por alguna extraña razón mi vientre siente una corriente al escuchar su nombre, los ojos del hombre caen en mi y no se apartan hasta que una tos lo interrumpe, la niña.

— Tío Ian, podemos ir a casa? Tengo sueño.— hago una mueca.

Los niños y yo no teníamos una relación, como decirlo... ¿Buena?

Según todos, los intimido por mi rostro y yo adoro mucho ver como se asustan al ver la marca en mi rostro, sonrió al recordar el llanto de aquel niño.

Malick y yo teníamos la misma cicatriz; mismo lado. La única diferencia es que la suya fue tortura y la mía fue para que dejara de llorar por su rostro.

— Veo que su platica va a tomar más tiempo del debido, si me disculpan, tengo algunos pendientes que debo finalizar. — sonrió para soltarme del brazo de mi padre e irme tan rápido como los tacones me lo permiten, alzo un poco el vestido para caminar más rápido hasta llegar a las afueras en donde ya casi no hay nadie, un poco más y mi padre se encargaba de ayudar a guardar cada una de las sillas.

A veces me pregunto como era mi padre antes de aquel coma, todos le tenían miedo y ahora, es esta otra versión de él que prefiere ya no pelear con nadie.

— Ya tenemos todo listo, su moto se encuentra en el lugar y como lo pidio, nadie sabe quien es.— hablan en cuanto subo a la camioneta, subo el cristal polarizado del medio que divide a los conductores de los pasajeros para poder bajar el cierre del vestido por completo, me coloco la camisilla, los pantalones y la chaqueta con el número de corredor, lo último que me coloco son los zapatos y el casco.

Acaricio la medalla en mi cuello, era de protección. Nunca me la quitaba desde que mi madre descubrió que me daban ataques de pánico que me dejaban en el suelo. La sigo tocando sintiendo nostalgia y ira

A veces me preguntaba si toda este enojo se borrara con el tiempo o con venganza.

Pero a pesar de todo el dolor, a pesar del enojo y la sed de venganza.

No puedo traicionar a mi propia madre.


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El ruido de los motores me hacen sonreír con adrenalina, desde que mi padre se entero que solía correr aquí me regalo algunos autos y motoras para no tener que solo quedarme a mirar el lugar, desde ese entonces, todas las carreras las ganó yo.

No me considero narcisista con ego, solo soy una chica con problemas de ira y competitividad. Me enojaba mucho no ganar, me ofendía, de hecho.

— Número 33, tu eres la siguiente. Compites contra Titan.— me río un poco del apodo para llevar mi moto a la línea, me acomodo los guantes y el casco poniendo el auricular que dirigen las mismas personas con las que vine en la camioneta.

Más te vale ganar, Caeli.— junto mis cejas por aquella voz para mirar a la dirección de la camioneta, todo rastro de sonrisa se borra hasta ver quien es.

— Linda.— la llamo viendo como hace una reverencia sarcástica mientras Simone esta a su lado con algo en sus labios que estoy segura no es un cigarro.

— Yo tu me despido bien de la gente que amas, señorita Caeli.— me volteo a mirar a mi lado, otra punzada más viene a mi corazón cuando veo que tiene demasiados tatuajes pero entre ellos, una serpiente y unas alas.

Mierda.

La hija del Rey #3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora