Él no me gusta

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Vegas POV

Hubo varios momentos en mi vida en los que me pregunté porque hacía ciertas cosas, algunas tenían respuesta y otras nunca supe explicarlas, cuando era un niño quería saber porque no podía controlar el miedo a mirar bajo la cama, sabía que era irracional, mis padres me explicaron con todo en una de mis sesiones con el terapeuta infantil, aun así, seguía apuntando una linterna a ese punto cada noche, si no lo hacía no podía dormir.

Al crecer me pregunté porque Macao era tan bueno en conseguir amigos y tener a una persona diferente en la casa a diario desde que entró a la escuela, pero yo no toleraba bien el ajetreo de buscar un amigo, hablaba con varias personas en la escuela, era bueno en las clases y siempre había alguien preguntando si podía ayudarlo, aun así, nunca pude entablar una relación cercana con ninguno. Los niños querían jugar y gritar todo el tiempo, no podía soportarlo.

Con los años me hice a la idea de que éramos diferentes, nunca resentí a Macao por ser distinto, en realidad me gustaba ver que no tenía los mismos problemas que yo y cuando estaba con él, no me sentía tan incomodo como con todos los demás, en realidad, entendía porque las personas eran atraídas por él. Hacía sentir bien a cualquiera que estuviera a su alrededor, escuchaba atento lo que los otros tenían para contar y buscaba aquello que los conectara, incluso si era algo tan tonto como una caricatura que ambos veían cuando eran niños.

En la preparatoria las dudas regresaron, estaba bien con que Macao fuera mi único amigo, pero cada persona en mi generación comenzaba a tener otra clase de relaciones, algo que no podía tener con nadie de mi familia y que me costaba más trabajo de entender. En cada salón había al menos una pareja, una chica de lindo rostro y un tipo de rasgos definidos. Entendí de inmediato que las chicas no eran lo mío, eran bonitas y olían mejor que la mayoría de los hombres en mi grupo, pero no me gustaban como se suponía que lo hicieran.

Mis padres se dieron cuenta sin necesidad de hacer preguntas, nadie hizo un alboroto del tema, creo que llegaron a pensar que quizás eso era lo que me ayudaría a encajar mejor, el tener una palabra para definirme. Tristemente el saber lo que me gustaba no me hacía más fácil las interacciones sociales.

En ese entonces ya estaba en clases de natación, mamá solía llevarnos a la piscina pública cada verano y fuimos a un par de viajes de vacaciones en hoteles con grandes albercas, descubrí que estar debajo del agua me ayudaba, no pensaba en nada más que en seguir nadando o quedarme flotando, podía respirar en paz, los tapones para los oídos bloqueaban el ruido y me sentía tan tranquilo.

Así que mis padres aceptaron inscribirme a clases, primero eran una vez por semana, luego dos y finalmente aparecí con un cartel sobre una competencia para niños, era más bien un juego, pero lo utilicé para que me dejaran entrenar más seguido.

Cuando entré a la preparatoria me uní al equipo de ahí, nunca tuve en mente ganar medallas o recibir grandes premios, aunque mis compañeros pensaban que sí. Era más fácil dejarlos creer eso que aceptar que solo iba al gimnasio para silenciar mis pensamientos.

Fue en mi último año que conocí a Tay, no era el primer chico que me atraía, pero fue el primero en hacerme caso sin que yo tuviera que hacer algo, lo que lo hizo todo más fácil para mí. Sabía que no era feo, varias personas antes me habían entregado papeles con declaraciones o me habían invitado directamente a una cita, y gracias a mi pasatiempo me había hecho ligeramente popular en la escuela, Tay dijo que así me encontró. Nunca ocultó el hecho de que le gustaba presumir que era mi novio, le gustaba ser el centro de atención y, ya que yo lo odiaba, lo dejaba ser la estrella de nuestra relación.

Le presenté a mi familia dos semanas después de formalizar nuestro noviazgo y, aunque sorprendidos, lo aceptaron bastante bien, podía invitarlo cada que salíamos a cenar, iba a casa casi todos los días y estábamos juntos entre cada clase. Él entendía las cosas que no me gustaban, nunca trató de forzar el contacto, en realidad podía quedarse a mi lado sin siquiera tomar mi mano, sabía que odiaba el ruido, así que permanecía en silencio cuando no teníamos nada de qué hablar, mi desinterés por los premios lo hizo entender que no quería un alboroto cuando ganaba una competencia y prefería esperar al día siguiente para preguntar como me había ido antes de presentarse ahí a gritar mi nombre.

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