Capítulo 40. Confesiones.

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Sergey

— ¿Estás bien? — al cabo de un rato Luca emitió la pregunta

— No — bufé en medio de una risilla — o sea sí, pero hay una parte de mí que está inquieta. ¿Podrías no decir que estuvimos con ella? — Luca me observo rápidamente y posó su vista al frente

— Cuenta con ello

— ¿Confías en Sidorov?

— Confío en pocas personas, Sergey

— ¿Pero en él?

— No del todo — admitió con vergüenza — no tengo nada en contra de los rusos, pero

— No tienes que explicar, lo sé, cuando están involucrados en gobierno o mafia, pueden ser realmente maquiavélicos

— Bueno, tú no lo eres

— Últimamente no me considero parte del clan — ambos reímos

— Lamento que todo esté yéndose a la mierda con ella — asentí. No dijimos una sola palabra de regreso al búnker.

Al llegar, me encontré con la doctora del primer día, Hela, que estaba hablando con unas personas de uniformes blancos

— ¿Sergey? — me temía que me preguntara dónde estaba o me hiciera una infinidad de preguntas

— Doctora Hela — asintió, ollas personas se fueron y las observé irse. Todo era un tanto extraño

— Ellos son agentes que han ido, por voluntad propia, a recorrer algunas de las organizaciones visibles actualmente — respondió como si me leyera la mente

— Entiendo

— ¿Qué haces despierto a la madrugada?

— También soy un agente que por voluntad propia, recorro organizaciones visibles actualmente — respondí con sarcasmo — y ahora iré a dormir — no esperé que me respondiera y caminé rápidamente hacia mi habitación. Me puse rápidamente la pijama y me dormí pensando en ella, en cómo me había sentido y en ese abrazo que me volvió a retorcer todo.

A la mañana siguiente estaba más callado de lo habitual, todos estaban hablando en el comedor y yo en silencio me retiré. Era egoísta guardarme el encuentro con Venecia, pero quería que aunque fuese ese instante, eso me perteneciera a mí y a nadie más. Caminé un largo rato, intentando ordenar todo lo que pasaba por mi mente, la había abrazado, habíamos confesado dolores y habíamos hablado, por primera vez, de cómo todo estaba un poco en la mierda, el que haya mencionado a Nicolai hizo que me enfureciera, tomé los guantes de boxeo y descargué todo lo que tenía. Rabia, odio, frustración, culpa.

— ¿Necesitás una charla caritativa? — Dante me sacó de lo ensimismado que estaba — desapareciste por unas buenas cuatro horas

— Oh — miré el saco de boxeo — necesitaba un oído de silencio, paz y que nadie emitiera una palabra — confesé. Asintió, mi bueno de Dante es que jamás pedía explicaciones, siempre intentaba comprender a los demás

— ¿Te sirvió? — el cuerpo me dolía un poco, especialmente las muelas y los nudillos

— Sí

— Que bien — sonrió, ya se disponía a irse pero no pude evitar preguntarle

— ¿Crees que lo haremos si servirá? — pregunté de la nada. Volteó y se encogió de hombros

— Yo creo en ustedes, en mí, en los ideales que nos unen, en la belleza de la paz y del amor, Sergey. Lo bueno de cuando tocas fondo, amigo, es que ya no hay más para donde hundirse, solo volver a buscar la salida — suspiró — de algo servirá lo que hacemos — nos miramos y asentí — te están necesitando en la sala

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⏰ Última actualización: Jul 21, 2023 ⏰

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