Cuando despertó le estaban doliendo partes de su cuerpo que no sabía que podían doler. Tardó un momento en darse cuenta de que estaba enredada entre sus sábanas aún con la ropa que había utilizado el día anterior, en una posición para nada ceremoniosa, con la luz que entraba por la ventana de su habitación golpeándola directamente en el rostro. Su garganta estaba seca, como si llevase muchísimo tiempo en un desierto sin ingerir algún líquido, y en esos momentos estaba segura que un vaso con agua se sentiría como una bendición del cielo.
Con cuidado intentó incorporarse, pero la punzada que sintió en su cabeza al cambiar de posición le hizo tomarse esa decisión con más calma. La verdad, ni siquiera recordaba cómo había llegado a su cama. Los recuerdos aún danzaban difusos por su mente, muy probablemente por todo el alcohol que había ingerido la noche anterior.
Ella, que no era muy de tomar tantas copas cuando estaba fuera de casa, había sido alentada por Griffith para beber un poco más mientras estaban reunidos con otros conocidos del joven. Con la promesa de que él la cuidaría y la acompañaría a casa al terminar para asegurarse de que llegara bien a su domicilio, se había pasado un poco con los tragos. Y, a medida que el contenido de sus copas decrecía, Griffith pedía una nueva ronda y volvían a empezar.
Sus recuerdos empezaron a difuminarse luego del quinto o sexto trago.
Con pereza, decidió que la manera más rápida de espabilarse era dándose una ducha, así que arrastró los pies hasta el baño para intentar hacer algo con su maltrecha humanidad.
Fue en la ducha, luego de algunos minutos bajo el agua templada, que el recuerdo del evento más importante de su noche regresó a su memoria de golpe, provocándole un escalofrío.
Griffith había insinuado que la besaría, ella se había negado. Todavía no se sentía lo suficientemente cómoda con el chico como para pasar a ese otro nivel de contacto físico. Se había despedido del chico y él, al último momento, le había robado un beso.
Ella le había dicho que no. Lo que había hecho era una falta de respeto.
Lo había abofeteado. Estaba furiosa y no estaba pensando correctamente, pero no hubiese podido imaginarse que Griffith, en vez de irse, más bien intentaría propasarse con ella. Y después estaba Fate.
Fate, quién la había defendido valientemente asustando tanto a Griffith que lo había hecho huir aterrado del lugar.
No sabía cómo podría pagarle a su amiga fantasmal todo lo que había hecho por ella.
Mientras se vestía con ropas más adecuadas para ir a la universidad, no pudo evitar percibir el inmenso peso que se instaló en su pecho. Se sentía traicionada, y la decepción era algo que no iba a poder borrar pronto de su interacción con Griffith. El vínculo de amistad que había creado con el muchacho se había roto, y ahora era irreparable. La línea que había cruzado marcaba un límite indiscutible para ella.
Irónicamente sí podía decir que le dolía lo que había sucedido, pero no porque hubiese llegado a ver a Griffith como un real prospecto amoroso. Se había dado cuenta de que una cita con mucho alcohol no era lo suyo, y también no podía negar que, aunque la pasaba bien con su compañero de clases, ya estaba segura de que esa chispa de amor romántico no surgiría con el susodicho.
Pero sí lo había considerado su amigo. Y eso sí le dolía porque, para ella, los amigos no se hacían daño, ni se aprovechaban del otro.
Cuando salió de su habitación y llegó a la cocina, se dio cuenta de que una humeante taza de café la esperaba. Ubicó unas galletas en uno de los estantes y, mientras se sentaba para disfrutar de su nada saludable desayuno, no pudo evitar que sus ojos se posaran en Fate, quién se hallaba instalada en su habitual puesto de observación hacia el horizonte, o como a veces solía llamar al banquito estratégico ubicado en el balcón.
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Espectral (¡Mi fantasmal historia de amor!) NanoFate
FanfictionDespués de tanto ahorrar, Nanoha había logrado mudarse a un pequeño departamento que le daría la privacidad y tranquilidad que su vida de universitaria requería. El precio de la renta era una ganga, pero todo parecía estar en orden. Lo que nunca se...