Capítulo 2: ¿¡Quién demonios eres tú!?

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Estaba exhausta.

Estaba completa y absolutamente exhausta, pero también tenía que repasar sus notas para presentar un importante examen al día siguiente, así que no podía permitirse holgazanear. Al menos no tanto.

Había llegado apenas hace algunos minutos a su casa, y su mochila reposaba de una manera nada ceremoniosa sobre el sofá. Llevaba ya casi dos semanas instalada en el nuevo departamento, y se había acostumbrado ya a la ubicación de las cosas dentro de su nuevo hogar, por lo que usualmente no necesitaba mantener encendida una gran cantidad de iluminación cada vez que regresaba a casa por las noches. Tan solo bastaba encender el foco que estaba ubicado justo en la cocina y tenía iluminación suficiente para la estancia.

Antes de dirigirse a su habitación a cambiarse por algo de ropa más cómoda encendió la cafetera. Como tenía que estudiar para ese examen, seguramente le iba a tocar acostarse un poco más tarde que de costumbre, y dudaba mucho que entendiera mucho del contenido que tenía que repasar si no encontraba los medios para espabilarse.

Finalmente, terminó también dándose una rápida ducha de agua fría para despertarse lo más posible, antes de cambiarse a un buzo deportivo y una sencilla camiseta blanca. Una vez fuera de su habitación se dirigió una vez más a la cocina, y se quedó mirando por unos minutos hacia el secador de platos.

Podía jurar que había dejado secando allí una taza en la mañana.

Suspirando resignada, abrió la puerta del estante que estaba justo sobre la cafetera y se apresuró a sacar una taza, para luego servirse algo de café intentando mantener su concentración puesta en esa tarea, sin poder evitar arrugar el entrecejo mientras pensaba.

No había querido comentarle nada a sus padres durante la última llamada telefónica que tuvieron, ya que consideraba que era algo de lo que no debía preocuparse. O mejor dicho, en ese momento no disponía del dinero suficiente para tener ese tipo de preocupaciones, pero ya el problema se estaba haciendo bastante frecuente.

Ya el asunto la estaba empezando a molestar.

Al inicio lo atribuyó al estrés de la mudanza, sumado a la intensidad que estaban tomando sus clases, pero le preocupaba que aún ya estando más asentada en el lugar todavía su memoria estaba fallando de manera preocupante. Primero le pasó con las latas. Después, había jurado que había dejado las llaves de su casa sobre la mesa de centro pero no recordaba haberlas puesto en el colgador de la puerta de entrada. Una vez se dispuso a cenar frente al televisor y, por el mismo cansancio, se había quedado dormida en el sofá, pero al despertar en la mañana no recordaba haber llevado el plato al fregadero.

Incluso, durante el fin de semana había quedado en encontrarse con Hayate cerca de la universidad para ir a una cafetería cercana y, cuando ya llevaba un trecho avanzado, recordó que había dejado la cocina tontamente encendida. Ese día se había regresado a la carrera rogando que no hubiese ocurrido algún accidente, pero cuando abrió la puerta y entró a la cocina, la hornilla se encontraba apagada.

Y ahora, la taza.

Era tan frecuente que ya era imposible no preocuparse. Quizá tenía que visitar la enfermería de la universidad para ver si podían ayudarla con eso.

Intentando despejarse un poco, tomó su taza de café y luego de darle un sorbo se encaminó hacia el balcón del departamento. Cuando iba camino a su casa había sentido una brisa bastante agradable, así que seguramente un poco de aire fresco la ayudaría a concentrarse. Con cuidado, abrió la puerta corrediza con la mano que no estaba aguantando la taza, y se dispuso a sentarse en un banquito que había dispuesto en ese lugar para disfrutar de la brisa, cuando giró su vista hacia el otro extremo del balcón.

Y la visión que tuvo la hizo quedarse en una pieza.

Frente a ella estaba una joven alta, de cabellos dorados bastante largos que caían descuidados por su espalda. Estaba vestida con un sencillo jean negro y un suéter del mismo color, sin embargo, a pesar que estaba vestida de negro había algo en esa visión que no terminaba de calzar en su mente. Era como si la joven desprendiera una especie de luz mortecina que hacía que el color a su alrededor no se percibiera correctamente.

La chica rubia la miró, quizá con los ojos borgoña más hermosos y más solitarios que había visto hasta ese minuto de su existencia, y al ver que sus miradas se conectaban no pudo evitar que la sorpresa empezara a hacerse visible en su rostro.

Y fue en ese momento que entendió la razón por la cuál su mente estaba sufriendo a horrores para procesar lo que sus ojos estaban percibiendo en ese momento.

Había una chica en su balcón.

Había una chica en su balcón ¡Pero ella no tenía una roommate!

— ¡Kyaaaa! — gritó Nanoha aterrada.

— ¿Puedes verme? — preguntó la joven rubia, dando un paso hacia ella.

De la impresión, Nanoha solo atinó a aventarle la taza que tenía entre las manos con todas sus fuerzas.

El líquido caliente que seguramente tenía que haberle dejado una fea quemadura a la joven efectivamente había caído sobre ella, pero la chica no tenía pinta de haberse empapado con el negro líquido en lo absoluto. Es más, a sus pies, estaba un charco de café intacto. La taza la había atravesado como si en el lugar de la rubia hubiese solo aire, y se había estrellado sonoramente en la pared, haciéndose añicos.

Eso definitivamente era más de lo que su mente podía procesar.

— ¡Oh por Dios! — exclamó Nanoha llevándose las manos a la cabeza, mientras ingresaba nuevamente a la sala de estar del departamento, completamente aterrada — ¡Oh por Dios! ¡Oh por Dios! ¡Oh por Dios!

— ¡Espera! — pidió la rubia, mientras se acercaba — Tú... ¡Puedes verme! — exclamó, con una sonrisa dibujándose en su rostro.

— No, no, no — repetía una y otra vez Nanoha mientras iba hacia la cocina — Estás soñando Nanoha, despierta, despiértate, vamos Nanoha ¡Vamos!

— ¡Hey! ¡Espera! — Insistió la joven, acercándose aún más — Sé que puedes verme ¿Puedes escucharme también?

— ¡Aléjate de mí! — gritó Nanoha, tomando un cuchillo de uno de los cajones de la cocina — ¡O no respondo!

La chica rubia intentó acercarse nuevamente, pero fue recibida por una agresiva Nanoha que, en su desesperación, intentó atacarla con el cuchillo.

Pero su intento desesperado fue en vano.

El cuchillo parecía clavarse una y otra vez en la forma corpórea de la chica y, si esa joven fuese una persona normal, ya Nanoha hubiese estado metida en graves, muy graves problemas. Sin embargo, el cuchillo parecía cortar solo el aire, porque cada vez que Nanoha insistía en su ataque el cuchillo atravesaba a la joven sin hacerle ningún tipo de daño.

Como si la imagen de la chica estuviese allí, pero fuese una presencia incorpórea.

— ¿Puedes dejar de hacer eso? — preguntó la chica, frunciendo el ceño — Se siente raro cada vez que lo haces.

— ¿¡Por qué no te mueres!? — refutó Nanoha, al borde del colapso

Ante esa pregunta, la chica solo se encogió de hombros y le dedicó una sonrisa tan hermosa, que si estuviesen en otra situación seguramente hubiese sido inevitable que se sonrojara violentamente.

— Supongo que es porque ya estoy muerta — respondió la joven, sin dejar de sonreír.

Cuando la respuesta llegó a sus oídos, Nanoha solo alcanzó a dejar el cuchillo sobre el mueble de la cocina.

— Creo que me voy a...

Un sonoro golpe anunció la caída de la cobriza, que se dio de bruces contra el suelo sin que la chica rubia pudiese hacer algo para impedirlo.

Nanoha se había desmayado.

Espectral (¡Mi fantasmal historia de amor!) NanoFateDonde viven las historias. Descúbrelo ahora