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Auradon, el lugar de las oportunidades. La Isla de los Perdidos, lugar donde habitan los desterrados debido a sus crueles acciones.
La heredera de Agrabah, comienza una historia de amor con quién debería ser su más grande enem...
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Este era un día importante para los Estados Unidos de Auradon, esta sería la primera coronación tras los veinte años de unión entre los reinos.
Todos los habitantes de Auradon estarían presentes en un este magno evento, este cambio significa el paso a las nuevas generaciones, a las nuevas formas de pensar y a las nuevas formas de dirigir. Ben es el primero de los nuevos líderes, pero en algunos veinticinco años o más; Ben, Chad, Audrey, Violette, Melody, Aisha y otros más, serán quienes entreguen sus tronos a su propia descendencia, continuando con el ciclo.
A pesar de la disminución de poder que la heredera de Agrabah va a poseer en comparación con su castaño amigo, ella también deberá hacerse cargo de una nación que dependerá de ella. Pero mientras tanto, la morena se encuentra sentada junto a su madre siendo arregladas por maquillistas y estilistas.
—Madre.
—¿Si?— contestó con los ojos cerrados la progenitora.
—¿Qué pasaría si me gustara uno de los hijos de los villanos?.
Los asistentes que arreglaban a su madre se tuvieron esperando la reacción. —Oh, no se dentengan. —ordenó la sultana. —¿Te gusta el pequeño chico con pecas?. Es lindo.
Su hija negó. —No mamá...
—¿Entonces..? Pero el otro no es hijo de-
—Si.
—Eso es algo que definitivamente no esperaba.
—Mamá, te prometo que él no es mala persona, es divertido, atleta y amable conmigo.
—Aisha— la frenó su madre. —no estoy enojada contigo hija, me alegra que me lo digas. —Jasmine miró a su hija, sin una pizca de enojo o incomodidad.
—¿Se lo has dicho a tus amigas?, ustedes se dicen todo.
—No— bajó la mirada. —No quiero que se enojen conmigo.
—Mi amor— se acercó su madre. Ya la habían terminado de arreglar. —Nadie elige a quién amar. Ellas lo entenderán. —le sonrió para recibir un abrazo de su hija. —Y si el te hace daño.. se que Zaid se encargará.
La princesa rió, amaba a su madre.
Alguien tocó la puerta. —Adelante. —se volteó la princesa.
Un hombre moreno, alto, con una barba recién cortada. Usaba un turbante color blanco, del mismo color de sus túnicas que tenían los bordes dorados, mientras que su camisa de seda era de un azul cielo, entró emocionado y con una sonrisa. —¿Me extrañaron?.
