Capítulo 15

10 4 0
                                    

   Un escalofrío recorrió a Garra Sombría desde las orejas hasta la punta de la cola. Miró a Celestino. El aprendiz tenía las orejas gachas. Se le acercó y restregó el hocico contra su pequeño omóplato para reconfortarlo.
   Se oyó un gruñido. Tormenta Gris sacudía la cola de un lado a otro junto con otros guerreros. Todos fulminaban a los aprendices con la mirada. El miedo se sentía en el aire, y la guerrera también lo sentía.
   Aquella perra de seguro vivía con algún Dos Patas y había escapado al bosque con sus cachorros. Tal vez los aprendices la habían ahuyentado y los pequeños se habían escondido, y no podrían volver solos. Sintió esperanza al pensar que los cachorros podían ser muy pequeños y no causarían problemas.
   La voz de Estrella Arenosa la devolvió a la tierra:
   —¿La... derrotaron?—repitió el líder con la voz quebrada por el miedo.
   —La matamos—explicó Zarpa Espinosa, encogiéndose bajo la mirada ardiente de los guerreros.
   —¿Eso es malo?—preguntó Zarpa de Pino.
   —Si sus cachorros son mayores, sí—dijo Leónido—habrá que organizar más patrullas.
   —No queríamos causar problemas—masculló Celestino.
   —No importa. De todas formas, los cachorros habrían estado en el bosque, y habrían sido igual de peligrosos—lo defendió Flor Trigüeña.
   —Tiene algo de razón—concedió Tormenta Gris.
   —Pues no hay más que hablar—bramó Estrella Arenosa—hagan su vida habitual, organizaremos más patrullas y buscaremos a los cachorros.
   El miedo y la ansiedad se notaban en el aire frío. La guerrera se acercó a su aprendiz, que sangraba por una muy profunda herida en el omóplato. Se restregó contra él con cuidado de no lastimarlo.
   —Deberían ir a ver a Pedregosa—recomendó. Los tres aprendices asintieron y se largaron a la guarida de la curandera. Celestino cojeaba.
   Garra Sombría se sacudió. Cruzó el túnel de aulagas con dirección a los Cuatro Árboles. Hablar con Zarpa de Cedro o con Hoja Seca sería de gran ayuda para relajarse. De camino cazó un ratón que enterró para buscar más tarde.
   Bajó la ladera y frenó en seca a unas tres colas de la Gran Roca. Abrió la boca y olfateó. Captó el olor de Zarpa de Cedro, pero ya era muy tarde. El aprendiz estaba sobre su lomo y la había acorralado contra el piso, mientras reía juguetonamente.
   —¡Zarpa de Cedro!—exclamó ella, mientras se retorcía para liberarse.
   —Hola, Garra Sombría—saludó él—. ¿Cómo va todo?
   —¡Te lo diré cuando me sueltes!—bufó ella, aunque había un dejo de diversión en su voz.
   —Oh—. El gato se bajó y sacudió su pelaje marrón claro, más oscuro al atardecer.
   —Pues pasaron cosas...—empezó. Se frenó cuando se dió cuenta de que estaba por revelar información de su clan que podía darle una ventaja al Clan de la Sombra. No estaba segura de si podía decir eso, por más que confiara en su amigo. Se decidió por contarle sobre otra cosa diferente.
   —¿Pasa algo?—inquirió él, ladeando la cabeza.
   —No, nada—se apresuró a responder ella—¿Recuerdas a ese... gato anaranjado?—preguntó para cambiar el tema. El aprendiz asintió y su mirada se tornó oscura—pues creo que está celoso de que me vea contigo—confesó—cada vez estoy más segura de que le gusto, y creo que piensa que siento algo por ti—. Vió como el gato arañaba la tierra con las zarpas y su mirada se tornaba incómoda, pero trató de disimular que lo había notado—.  Y... yo no sé que es lo que siento por él.
   El aprendiz miró al suelo. Garra Sombría no lograba descifrar sus emociones, cubiertas por dolor y oscuridad. Quiso acercarse a preguntarle pero él la miró, casi enojado, lo que la hizo dar unos pasos hacia atrás. El atigrado pareció emitir un profundo y siniestro gruñido. Finalmente, agitó la cabeza y la miró—¿Cómo te sientes al estar con él?—preguntó con voz entrecortada.
   —Bien. Es un gran amigo, y me encanta estar junto a él. Siempre logra que me tranquilize en cualquier situación, es muy bueno para dar consuelo—explicó. A Zarpa de Cedro se le ensombreció la mirada.
   —Entonces te gusta, Garra Sombría—. Sonaba tan seguro que, aunque quiso, la guerrera no fue capaz de replicarle. Se sentó sobre las patas traseras mientras él la fulminaba con la mirada.
   —Debo irme—masculló. Unos minutos después, caminaba a través del bosque hacia el campamento. En el camino recogió su ratón y siguió andando.
   Llegó. Entró por el túnel de aulagas cuando el cielo oscuro se alzaba sobre el bosque, iluminado ya por varias estrellas. Dejó la presa en el montón y se sentó allí. Sabía que estaba en su derecho de tomar otra presa, pero no quería comer si otros lo necesitaban más.
   —Me siento igual—maulló Luciérnaga junto a ella. Tomó el ratón y lo dejó en el piso junto a la gata negra—compartamos y ya.
   Garra Sombría asintió, agradecida, y comió hombro a hombro junto a su amiga, conciente de como contrastaban sus dos pelajes. Acabaron de comer y la guerrera se relamió. No era muy rollizo, pero lo que le faltaba para completar el día. Antes de que se largara a la guarida de los guerreros, Luciérnaga abrió la boca como para decir algo, pero la cerró rápidamente. Ella supo que la curandera había estado a punto de hablar sobre Manto Abrasado pero se había arrepentido, y le agradeció con una mirada. No quería hablar sobre él en aquel momento.
   Un rato después, se acostó en su lecho de musgo y fronda. Se retorció en sueños, acompañada por la imagen del gato anaranjado y sus dos ojos amarillos, penetrantes y preciosos, mientra se acercaba cada vez más y más a ella...

Días Sombríos #2 / Compañeros / Los Gatos GuerrerosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora