Adeline Harlow.
Al abrir los ojos, me encuentro con el pequeño gato negro mirándome fijamente, cuando ve que he abierto los ojos, empieza a llorar, tomándolo en mis brazos y soltando pequeñas risas, me voy a la cocina para prepararle su leche, cuando le he dado dos jeringuillas de leche tibia, lo dejo en el suelo y me voy a bañar, éste me sigue hasta la puerta del baño y cuando salgo de este, lo encuentro acurrucado en el piso, se levanta y empieza a maullar, lo tomo en brazos y deja de llorar; lo dejo en mi cama mientras me visto con el uniforme de la cafetería, me peino el cabello en una coleta alta, tomo la gorra y mi bolso, bajo al gato de la cama y éste corre hacía la sala, lo sigo, pero me dirijo a la cocina, tomo un banano de la nevera, y salgo del departamento. Al pasar por la recepción, el arrendatario está ahí, con su típica sonrisa hipócrita y una hoja dónde anota quien le paga y quién no, yo le debo tres meses, tratando de pasar desapercibida, sigo mi camino, pero al escuchar mi nombre retrocedo lentamente.
—¿Si, señor?—Pregunto, haciendome la inocente.
—Debes cuatro meses ya, ¿Cuando piensas pagarme? — Pregunta enarcando una ceja, mientras hace un sonido molesto con el esfuerzo.
—Hoy voy de camino a otro trabajo, cuando me den mi primera quincena, prometo completar con lo que me dieron anoche. —Digo, él me mira de arriba a abajo y por puro instinto me cruzo de brazos tapando mis pechos.
—Cuando ya se acabe el dinero, ya sabes con que pagar. —Dice volviendo a mirar la hoja.
—No se preocupe, como sea conseguiré el dinero y no tendré que darle mi coño como pago. — Digo, afianzando el agarre de mi bolso y mirándole con asco, mientras me doy media vuelta para dirigirme a la salida.
—Eso lo veremos. — Dice detrás de mí con un suspiro.
Asqueroso, viejo verde, ¿Cree que le daré mi cuerpo a cambio de que me deje seguir viviendo en ésta pocilga? Ni que estuviera loca y ni así lo haría, estúpidos, creen que porque sean los dueños pueden decir y hacer lo que les dé la gana, acosador infeliz. Cuando he salido del edificio, vuelvo a ver los mismos autos de anoche, los mismos hombres trajeados, gafas de sol y veo a uno que otro con arma, eso prende mis alarmas, pues yo solo espero que no se les dé por hacer un atentado al barrio entero, solo porque un estúpido drogadicto no les pagó.
Diez minutos caminando, es lo que me toma llegar a la parada de autobús, sentarme y esperar a que éste llegue, pues la cafetería donde me dieron el trabajo está a cuarenta minutos a pie y veinte en autobús, además de que está en el centro de la ciudad, por allá donde están las empresas, restaurantes, bancos, tiendas de ropa, de zapatos, etcétera.
Saco mi teléfono para ver la hora, son las 7:40 AM, faltan exactamente diez minutos para que mi transporte llegue y cuarenta minutos para que mi hora laboral empiece; para matar el tiempo, reviso mi bolso para saber si llevo lo esencial, y antes de la hora, el autobús llega y me subo de inmediato, cuando me posiciono en el asiento vacío más cercano a la salida, escucho la llegada de varios autos detrás de nosotros, incluso a los laterales, todos negros con vidrios polarizados.
El trayecto al centro de la ciudad dura veinte minutos, y durante esos veinte minutos, las camionetas siguen detrás de nosotros, el conductor parece no darle importancia, pero yo si y muchos más cuando mi transporte se detiene y al bajarme, todos los autos están estacionados al frente de la cafetería, no suelo ser miedosa, pero el hecho de que los mismos autos de anoche, ahora estén aquí, da mucho de que hablar.
ESTÁS LEYENDO
Con amor, el diablo.
RomanceÉl era un cliente, lo apodaban el diablo, mi jefe, mis compañeros de trabajo, todos a mi alrededor lo conocían, menos yo, jamás lo había visto, jamás debí acercarme a él...o tal vez, si. Cuando lo hice, no me trató como un cero a la izquierda, no me...