CAPÍTULO 4

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—Te estás arreglando —dijo Lia

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—Te estás arreglando —dijo Lia.

Dejé de peinarme. Aquello no había sido una simple afirmación.

—Mi pelo está hecho un desastre —respondí, pasándome el peine nuevamente.

—Eso no lo dudo. Lo curioso es que sea ahora.

—¿A qué te refieres?

Lia se colocó a mi lado. Su reflejo clavó los ojos en los míos. Parecía divertirse con algo.

—Es por él, ¿cierto?

—No sé de qué me hablas.

La visita de Derek había alterado una cosa en lo que era mi rutina. Normalmente despertaba más allá de las nueve (ya sea por la visita de la mucama del hotel o a causa de alguna pesadilla. Lo que ocurriera primero). Bajaba junto con Lia al desayuno de la cafetería, comíamos y el resto del día veíamos correr el tiempo hasta la siguiente hora del almuerzo y la cena.

Por su parte, había veces en las que Lia se distraía haciendo más de sus bocetos. Se sentaba en una esquina del hotel y dibujaba lo que tuviera delante. Para matar el tiempo yo la acompañaba, cosa que ella detestaba, pues decía que le costaba concentrarse cuando sentía que alguien la miraba.

En ocasiones, cuando ninguna de nosotras hacía nada (lo que era casi siempre), decidíamos entretenernos con una partida de naipes, lo cual significaba más pérdida de tiempo, debido a que ella siempre lograba ganarme en cada juego. Ya ni siquiera se regodeaba a costa de mi mala mano con las cartas.

Y cuando no estábamos haciendo ninguna de tales cosas, nos distraíamos con la televisión, pero al final optábamos por apagarla cuando no veíamos nada más interesante que las noticias, y Dafne ya nos había advertido que al hacerlo nos arriesgábamos a sufrir ataques de ansiedad o estrés, debido a la desesperación por encontrar señales de las chicas.

La otra opción era la radio, que a decir verdad, era donde pasábamos la mayor parte del tiempo. De hecho, en ese momento estaba encendida, sintonizando una nueva canción que se había hecho popular de acuerdo a los comentarios del presentador.

Pero desde lo de Derek, aquella rutina se había convertido en algo más.

Había confiado en que mi cara de indiferencia ocultara mis crecientes ganas de verlo otra vez, pero al parecer ya no era tan buena fingiendo.

Lia siguió observándome, presionándome con esa cara de "te atrapé" a que me confesara.

Salté la vista entre su reflejo y el mío.

—¿Qué?

—Vamos Samy, no te hagas la desentendida conmigo.

—Es que no sé de qué me hablas.

Sonrió demasiado en grande.

—Te gusta.

—¿Qué cosa?

Liberada | Bilogía Mentiras #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora