CAPÍTULO 11

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—¡Samanta!

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—¡Samanta!

Me lancé contra él.

Mis manos fueron directo a su cara, dispuestas a hacerle tanto daño como mis fuerzas lo permitieran. No distinguí nada que no fueran esos horribles ojos azules a los cuales quería descuartizar, mientras que mi alrededor se deshacía en un caos de color rojo.

Mis manos se volvieron como garras, mi rostro se convirtió en una mezcla de pánico e ira. Todo lo que mi cerebro me ordenaba era: matar, matar, matar.

Sentí mis uñas enterrarse en la piel de sus mejillas. Él se revolvió, abrió la boca y buscó cubrirse. Eso me impulsó más a hacerle daño. Dirigí mis dientes a lo que sea que tuviera cerca, y esa fue su nariz y parte de sus manos. Grité, me pareció que él también, pues hizo sonidos guturales mientras formaba mis puños y comenzaba a golpearlo. La cólera y el impulso de asesinar se hicieron cada vez más intensas hasta que sólo pude pensar en terminar con el trabajo.

De nuevo intentó apartarme, pero esta vez no me tenía amarrada a ningún poste con cadenas, no me mantenía atada a ninguna oscuridad, así que no iba a librarse de mí tan fácilmente. ¡Yo no podía librarme de él en mis pesadillas tan fácilmente!

Quería ahorcarlo, lo estaba haciendo, apreté su cuello y...

—¡Suéltalo, ya!

Alguien me sujetó por la cintura y forcejeé para soltarme. Rasguñé y pataleé para terminar con aquella maldita tortura que era verlo. ¿Por qué me retenían a mí? ¿Acaso no lo veían? ¡Era él! ¡El psicótico que retenía a mis hermanas! ¡Yo le sacaría las verdades con violencia!

Me arrastraron para alejarme, pero mi vista no se apartó de la nueva escena que había creado: Lucian se sostenía la cara mientras un rastro de sangre le salía por alguna parte. Un oficial se aproximó para socorrerlo mientras Halery, que hasta entonces no la había vuelto a notar, me observaba con detenimiento. Odié la forma en que me miraba, como si la loca hubiera sido yo y no todos aquellos que, de repente, ayudaban al verdadero villano.

Mi instinto siguió exigiéndome que me liberara de aquellos brazos que me retenían.

Matar. Matar. Necesitaba matar.

Mi campo de visión, que hasta el momento permanecía clavado en aquel rostro sangrante, fue obstruido por una mano. Mi desesperación me hizo retorcerme, incluso busqué lastimar a quien sea que me impidiera moverme, pero todos mis esfuerzos fueron en vano.

—Suéltenme —balbuceé entre dientes apretados—. Por favor, suéltenme. Necesito matarlo, alguien tiene que matarlo.

Sin embargo, mis ruegos no fueron escuchados. Esos brazos continuaron arrastrándome por un buen tiempo, y aunque me resistí, no tardé en comprender que aquello también era completamente inútil. No iban a soltarme, no si seguía tan alterada como estaba. No obstante, no supe cómo calmarme, estaba llorando, quería gritar, volver a ese sitio y satisfacer mis instintos con el sufrimiento que pudiera provocar.

Liberada | Bilogía Mentiras #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora