Segundo libro de la bilogía "Mentiras"
El pasado duele.
El presente es un error.
Y el futuro es incierto.
Samanta Grove ha conseguido lo que quería: huir. Pero el precio que pagó para lograrlo fue demasiado alto. En medio de todo el caos que gira su...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Mi rutina había cambiado.
Cada noche me despertaba una pesadilla, eso sí que seguía igual. Ya sea gritara o no, era incapaz de conciliar el sueño por más que lo intentara. En ocasiones, cuando nos despertaban mis gritos, Derek aparecía asustado, a veces con la escoba y en otras simplemente con su enorme playera y calcetines. Sabía que se trataban de alaridos cuando él abría la puerta con un estruendo, y de quejidos y un par de gritos cuando se limitaba a encender la luz.
No me decía nada, pero en ocasiones noté que deseaba hablar al respecto. Odiaba su mirada inquieta, y que me dijera que no me preocupara cada vez que le lavaba las sábanas que no duraban ni una semana limpias debido a alguna nueva mancha de orina.
Me abochornaba tanto que me viera como un cervatillo tembloroso y delicado, que me vigilara como si fuera una niña cada vez que necesitaba que sus padres la consolaran después de un mal sueño, pero afortunadamente, siempre se limitaba a darme la hora y preguntarme qué deseaba desayunar.
Fuera de las horas de descanso, el resto del tiempo se dividía en dos: yo limpiando lo poco de la suciedad que había en el apartamento (tuve que suplicarle que me dejara a mí la limpieza de la cocina después de comer, algo a lo que aceptó a regañadientes), y la otra mitad conversando.
A decir verdad, esa parte del día era lo que me mantenía entretenida, incluso más que la película. Sí de algo podía quejarme, era la incapacidad de Derek de mantener la boca callada cuando algo lo apasionaba, y vaya que hablar de películas conmigo lo hacía.
—Esta es un clásico. No vengas a decirme que no la has visto.
Contemplé el título y me encogí de hombros, respuesta que lo dejó atónito.
—No. ¡Es imposible! —Al día siguiente después de verla, no dejó de hacerme preguntas al respecto, las cuales no tuve inconvenientes en responder, y de esta forma se volvieron parte de la rutina.
Durante las mañanas sí que era tedioso, sobre todo cuando estaba sola, pero de nuevo, haciendo gala de esa virtud que era la atención a los detalles, Derek acordó con Dafne que mis citas fueran antes del mediodía, lo que sin duda fue de mucha ayuda.
Hasta que ocurrió una situación inesperada.
Estábamos comiendo. Era fin de semana y por esa razón, Derek había optado por dormir un poco más y desayunar tarde, debido a que tenía dos días libres. Salió y regresó con una bolsa de pollo, unas malteadas y una abundante ensalada. Me daba cuenta que, aunque no comentaba al respecto, hacía esfuerzos para hacerme comer aunque sea una porción más que un par de pellizcos.
—¿Y ahora decidiste traer... esto? —pregunté alzando un pedazo de zanahoria.
—Llevo una semana sin vegetales —se llevó una mano a la barriga—. Comienzo a notar mis kilos de más.
—Derek, no te veo con kilos de más.
—Lo que es perfecto, porque mi madre no me lo habría perdonado.