CAPÍTULO 6

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Su nuevo departamento era un absoluto desastre.

Derek Hard sabía muchas cosas, pero acomodar y ordenar no contaba entre ellas, especialmente cuando se trataba de mudarse. Llevaba una semana en esa ciudad, un mes si tomaba en cuenta sus viajes de visita, y todavía no era capaz de desempacar esas desdichadas cajas.

Justo en ese momento sostenía una en manos. Hacía sólo un segundo se había dispuesto a moverla de su sitio y sacar el contenido (antes de que Bombón le chillara por su merienda de atún, el muy abusivo), y de pronto se fijó en que tenía otra a medio desempaque, así que dejó la que cargaba y fue directo a la que ya estaba abierta; sin embargo, cuando la sostuvo, recordó por qué la había dejado a medias.

Se dio una palmada en la frente.

"Idiota".

La caja contenía material delicado, y no se sentía seguro de sacarlo en medio de todo ese desorden sin un mueble decente, mucho menos con Bombón al acecho.

Gruñó. Abandonó la caja y regresó por la otra. La abrió y revisó su contenido.

"¿Por qué guardo todavía estos papeles?" se recriminó a sí mismo. Levantó un fajo y se puso a revisar cada hoja.

Vaya, que interesante. Eran sus antiguos borradores. Viejas historias que tenía guardadas desde hace años, tal vez desde que comenzó a tomarse en serio la escritura.

Sonrió, recordó aquel entusiasmo de los primeros días y, no obstante, también notó errores que antes no creía tener, y sin percatarse de lo que hacía, buscó un asiento sin abandonar la lectura, junto con un lapicero que cargaba en el bolsillo.

"Santo cielo, que terrible era", soltó una pequeña risa, más cargada por la vergüenza que de gracia.

Dejó de fijarse en el avance del tiempo y, para cuando acabó de leer y corregir sus antiguos errores de novato, sus ojos se entrecerraban para enfocarse mejor en las letras. La luz del día había dado lugar a la tarde casi noche. Ni siquiera se percató de que Bombón había decidido dormir en la delicada caja media abierta.

El reloj de su despertador resonó con la llegada de las siete.

Derek parpadeó.

—¿Qué? ¿Tan tarde? —revisó su teléfono—. ¡No me...! —gruñó.

Se levantó como resorte y se apresuró a tomar las llaves de su auto, pero la oscuridad y el caos del departamento le impidieron encontrarlas. ¡Y vaya que no se acordaba dónde las había dejado, por todos los cielos!

Liberada | Bilogía Mentiras #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora