Segundo libro de la bilogía "Mentiras"
El pasado duele.
El presente es un error.
Y el futuro es incierto.
Samanta Grove ha conseguido lo que quería: huir. Pero el precio que pagó para lograrlo fue demasiado alto. En medio de todo el caos que gira su...
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Hace menos de dos años
Annabella nunca aprendía de sus errores. ¿Para qué hacerlo? Sólo así su vida era menos ordinaria.
Excepto cuando cometió el peor de todos: el confiar.
¿Qué se hace cuando una hermosa mujer, elegante y divertida se acerca a ti en una noche de copas en un bar? Entablas una conversación con ella por supuesto. ¿Qué haces si todo lo que sale de su boca termina por embrujarte para que la acompañes a su cama? Te dejas llevar por su aura seductor y permites que te hechice, claro que sí. ¿Y si te presenta a quien crees que podría ser el hombre más arrebatadoramente sexy y ardiente del planeta? Te enrollas con ellos hasta al día siguiente.
Y al siguiente y al siguiente.
Pero, ¿qué pasa si incluyes sentimientos de por medio? Tenemos el error perfecto. La mayor metedura de pata de su existencia.
Esperaba que en esa ocasión no ocurriera lo mismo o ya podía dar por rebanada su cabeza.
—Estás loca.
Annabella hizo de oídos sordos a esas palabras, concentrada en recordar cada uno de los detalles de su plan.
Su boca no hizo lo mismo.
—No te estoy pidiendo permiso.
—Sigues estando loca —Karla la tomó del brazo para que la encarara, a lo que Annabella respondió con un arrebato—. Anne, ni siquiera me estás escuchando.
—Dejé de hacerlo desde hace mucho, ¿por qué esta vez sería diferente?
—¿Será porque planeas cometer una estúpides?
—Iré a hacer un trato con él —replicó—. ¿No es eso lo que tanto nos recomiendas siempre?
—Llevas cinco años aquí, nunca te ha interesado nada de lo que Lucian tiene a pesar de que te lo he aconsejado, ¿por qué aceptar ahora? ¿Qué es lo que planeas esta vez?
—No es de tu incumbencia.
—Anne...
—Iré ahora mismo. Si me encuentro con tu nueva mascota, será mejor que le tapes los ojos.
—¿De qué estás hablando?
Anne se arrancó la toalla que puesta encima. La tela voló por detrás de su cabeza cayendo con pesadez al suelo. Se miró en el espejo. Posiblemente, si su plan salía mal, sería la última vez que se viera en uno.
«Muy bien, Lucian. Veamos qué tanto recuerdas de esas noches».
Se volvió hacia la puerta, y encontró los ojos de Karla abiertos de par en par, mirándola de arriba a abajo.
—Es en serio que no piensas considerar las consecuencias de lo que estás haciendo.
Sin responderle, se encaminó rumbo a la puerta, abriéndola con fuerza.