XXVIII

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-Hino, no puedo entenderte -traté de hablar lo mas calmado posible. No quedaba leche sabor frutilla y no me quedó de otra que darle la de chocolate, este pequeño cambio había resultado en un berrinche que no paraba hace quince minutos.

Siguió gritando mientras lloraba y manoteaba cuando intentaba levantarlo en mis brazos. Sentía el estrés tensando mi cuerpo.

-Está bien, está bien, lo siento. Pero no puedo conseguirte la leche que quieres en este momento -volvió a gritar y escondió su rostro en la almohada- pero te prometo que si te tomas la leche, mañana iremos los dos a comprar la que quieres.

- ¡No!

Acaricié su espalda por minutos hasta que comenzó a cansarse de llorar.

- ¿Que te parece si mañana luego de comprar la leche, comemos un helado?

Asintió levantando su rostro de la almohada, con la manga de mi camiseta limpie las lágrimas de sus mejillas enrojecidas y sonreí.

- ¿Quieres tomarte la leche ahora?

Llevó el biberón a su boca y se recostó en la cama. Suspiré agradecido, que fuera un niño tranquilo no significaba que no tuviera malos días. Se durmió en cuanto terminó su leche.

- ¿Lograste dormirlo? -preguntó Temari en cuanto llegué a la cocina.

-Si, quien diría que una leche podría provocar eso.

Dejó un plato de comida frente a mi y se sentó a acompañarme.

- ¿No vendrá Matsuri?

-Tenia cosas que hacer. Mañana pasaremos el día con Hino.

- ¿Luego de preescolar?

-No irá mañana.

- ¿Por qué?

-Es dia de las madres.

-...No puedes evadir algo así por el resto de su vida.

-Cuando sea mayor le explicaré.

La puerta se abrió bruscamente y Rasa entró corriendo, tirando todo en su camino.

- ¡No abran esa puerta!

- ¿Que hiciste? -exclamó Temari con enfado, acercándose a una ventana.

- ¡Nada, lo juro!

En cuanto me puse de pie, la puerta se abrió de golpe y un hombre entró, furioso y mirando a todos lados.

- ¡Devuélveme mi dinero! -gritó en cuanto vio a Rasa. Se abalanzó sobre el y lo golpeó en el estómago.

- ¡Papá! -Temari exclamó asustada.

- ¡Gané justamente!

- ¡Hiciste trampa!

Lo empujó contra la pared botando los cuadros, el piso se llenó de vidrios rotos y Rasa cayó en ellos. Sujeté al hombre por el cuello y lo inmovilicé.

- ¡Gaara! -la rubia tocó mi hombro y apuntó a la escalera. Hino había despertado y miraba alrededor con miedo- ve, yo me encargo.

-Mierda -solté al hombre y corrí a tomarlo entre mis brazos para llevarlo de vuelta a la habitación.

Los gritos siguieron por unos minutos hasta que la puerta se cerró y todo quedó en silencio.

Intenté salir de la cama, pero Hino se quejó asustado y estiró sus brazos. Volví a tomarlo y bajé la escalera.

- ¿Que mierda fue eso?

-No estaba feliz de que le ganara, eso es todo.

- ¡No puedes traer tus problemas aquí, no con Hino en la casa!

Mala InfluenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora