Me siento tan fuera de lugar en este sitio, como si fuera un macha roja en un lienzo que muestra finas líneas negras.
Me dieron total libertad— si se le puede llamar libertad—, es decir, puedo ir a cualquier lugar de la mansión si así me apetece, pero me la he pasado metida en el jardín, acariciando a los perros y jugando con ellos, y así he estado durante tres días.
Aún me es difícil procesar toda esta situación en la que estoy ahora, sin yo quererlo en lo absoluto. Soy una... ¿Esclava sexual? Sin embargo,— por ahora— no me han obligado a nada y estoy muy agradecida por ello. Al contrario, los tres días que he estado aquí, me han pedido amablemente que baje a comer con las persona que viven aquí. Siempre me niego y terminan llevándome las tres comidas a la habitación, las cuales son finas bandejas con deliciosos alimentos. Aunque, me da algo de culpa el comer estas delicias sin saber como está mi mamá y como estará comiendo ahora mismo.
—Si conocieras a mi madre, quedarías encantado con ella, Júpiter.— le digo al perrito de collar azul y acaricio su cabecita con dulzura. Los cuatro han sido mi compañía durante estos días. Siempre he querido tener un perrito, pero la situación en la que estábamos no nos permitía tenerlo, además, mi padre es alérgico a ellos.
Papá... ¿Cómo estará? La última vez que lo vi, estaba realmente mal con tantos golpes en su rostro y quien sabe en donde más. Me preocupa que mi madre se haya quedado sola con él. Mi padre es muy inestable y me da miedo que pueda hacerle aún más daño. Está más que claro que no tiene ni una pizca de consideración por nada, ni siquiera por su propia hija. Mierda, estar aquí es una maldita tortura, el no saber nada sobre ellos me está carcomiendo lentamente por dentro y de una forma furiosamente dolorosa.
De repente, los perritos salen corriendo en dirección contraria a la mía. Su inesperado comportamiento me extraña y me volteo para saber la razón de su alboroto. Me congelo al ver a Arakiel agachado, acariciando a los perros. Su vestimenta es más despreocupada que cuando lo conocí: una franela negra y un mono del mismo color.
Presa de los nervios, me levanto con rapidez y muerdo mi labio inferior con fuerza. Cuando veo a alguno de estos dos tipos, no puedo evitar sentirme atemorizada por lo que podrían hacer sin yo esperarlo. Su aura misteriosa e íntimamente me ponen los pelos de punta.
—Al parecer te tomaron bastante cariño, ratita.— dice sin dejar de acariciarlos, en especial a Júpiter, el cual es el más cariñoso de todo ellos— Vieron algo bueno en ti.
No respondo y me limito a hacer un sonido de afirmación.
Mis nervios aumentan y mi latidos se aceleran cuando Arakiel se levanta y se sacude un poco la ropa.
—¿Has disfrutado de tu estadía aquí?— cuestiona con una sonrisa en su rostro mientras camina en mi dirección— Aunque, no has querido salir del jardín por nada del mundo. ¿Te gusta este lugar, ratita?
«No disfruto nada de esta mierda, solo quiero irme a mi puta casa y no verles sus asquerosas caras nunca más.» Lo pienso, pero obviamente no lo digo para evitar problemas.
—Es... lindo.— me limito a decir. Evito a toda costa su mirada, la cual siento con intensidad sobre mi, examinandome con curiosidad.
Nos sumimos en un silencio absoluto, lo único que se hace escuchar es la cascada y los pájaros cantando por ahí.
—Llevas esa misma pijama desde que te trajimos a aquí. ¿Por qué?— ladea un poco la cabeza como un perrito curioso.
Sin poder contenerme a responder su comentario, replico— Oh, lo siento de verdad. Es que no tuve tiempo de empacar antes de que me trajeran a aquí a la fuerza.— suelto con obvio sarcasmo pero al instante me doy una cachetada metal por haberle respondido de esa manera.
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¿Tan solo valgo... Mil dólares?
De TodoY creí que el vender personas solo ocurría en ficción, novelas o fanfics escritos por niñas de trece años. Soy Ada Ralis, y fui vendida a unos hermanos que son totalmente capaces de destruir mi estabilidad mental, emocional y quizas... Físicamente. ...