Ada.
Estaba en uno de los sofás que se encuentran en el jardín abrazandome a mi misma.
Hace frío y en este preciso instante es cuando más anhelo estar junto a mi madre para que me abrace, me haga mimos en el cabello y me cuente historias de terror que después no me dejen dormir de noche.
Ya no estaba llorando. Ya mis ojos estaban lo suficientemente hinchados como para seguir maltratandolos con el llanto. No me encontraba mirando nada en específico, perdida en la marea infernal de mis pensamientos.
Aún sigo creyendo que estoy cargando con algún karma de mi vida pasada, porque toda la mierda que me pasa es sobrenaturalmente dolorosa y si es así, el karma está haciendo un buen trabajo, eh.
Me siento rota, como si mi alma tuviera una profunda y dolorosa herida que no para de sangrar masivamente, arrebatandome cualquier rastro de energía existente.
Ya no sé que hacer para soportar todo este calvario; terminaré por volverme loca.
Me levanto del sofá con la idea de ir a la habitación de los perritos y jugar con ellos un poco. Esos perritos siempre me animan, son como una pequeña dosis de felicidad, una sesión de terapia con cuatro patas.
Me detengo en seco al escuchar un fuerte estruendo venir desde el interior de la mansión seguidos de unos fuertes gritos asustados. Retrocedo algunos pasos y vuelvo a escuchar los mismos estruendos, los cuales me hacen dar fuertes respingos.
El terror comienza a invadirme y por puro reflejo, corro a algún lugar seguro del jardín.
¡¿Qué mierda está pasando allí dentro?!
¿Cómo están Arakiel y Luzbel?
Me coloco en la parte trasera de la cascada, intentando abrir el deposito, pero este se encuentra cerrado con llave y maldigo por mis adentros.
Dios, por favor, que estén bien.
Me encojo lo más que puedo en mi lugar en un intento por volverme invisible.
Se empieza a escuchar un alboroto ahí dentro, gritos despavoridos y lloriqueos.
¡¿Qué diablos está ocurriendo?!
Escucho pasos de varias personas acercarse. ¿Quiénes son?
—Busquenlos, en algún lugar deben estar metidos. No dejen algún rincón por revisar.— escucho una voz gruesa hablar y los nervios se convierten en terror puro.
Escucho un "entendido" al unísono de otros hombres. Coloco mis manos en mi boca para no hacer ningún sonido que delate mi ubicación.
—¿Dónde están, sanguijuelas?— logro oír otra voz macabra acercándose a mi lugar y no me queda más que rogarle a Dios que no me encuentren porque no sabría que haría si lo hacían. Porque por lo visto no son personas con buenas intenciones.
Nada de esta mierda estuviera pasando... si mi padre no me hubiera vendido como si fuera una baratija.
Esto... a esto me condenó; a vivir una vida llena de desgracias y miedos.
—¿Qué tenemos aquí?— la misma voz macabra de hace un momento se escucha a mi lado. ¡Mierda y más mierda!
—Y-yo no hice nada, por favor... ¡Sueltame!— grito cuando el hombre con una sonrisa endemoniada me toma del brazo con fuerza y me obliga a caminar, como si fuera una muñeca de trapo.
—¡Señor, mire lo que me encontré!— exclama el asqueroso tipo mientras yo forcejeo para que me suelte, pero el idiota tiene una fuerza abismal.
A quién llamó señor, voltea, me observa y siento mi pecho presionarse al verlo. Tiene un corte que va desde un poco más arriba de su ceja y que atraviesa su ojo y llega hasta el pómulo. Aquel ojo que es atravezado por aquella cicatriz, tiene un tono claro, opaco y sin brillo, mientras que el otro es oscuro, negro. ¿Está ciego de un ojo?
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¿Tan solo valgo... Mil dólares?
RandomY creí que el vender personas solo ocurría en ficción, novelas o fanfics escritos por niñas de trece años. Soy Ada Ralis, y fui vendida a unos hermanos que son totalmente capaces de destruir mi estabilidad mental, emocional y quizas... Físicamente. ...