Arakiel.
El equipo del tipejo que aún ni se ha dignado a decirme su nombre, él y yo, nos encontramos corriendo en dirección al sótano.
La trampilla de este se camufla con él suelo. Siempre tenía una planta encima para disimularlo, pero debido a que Luzbel y yo nos fuimos a buscar a Ada, no la colocamos de vuelta y era aún más evidente su existencia, de hecho, ya lo habían encontrado, cosa que es más que clara gracias a la llamada que hizo mi padre hace un rato, en la cual se escuchaban golpes en un intento por abrir la trampilla.
Al llegar al lugar, se encontraban tres hombres vigilando la parte exterior del sótano y estos, al vernos, nos apuntaron de inmediato. El hombre de pelo largo dio la orden de atacar, a pesar de que estábamos siendo apuntados. Este mismo me empujó hacia atrás y me dio un leve golpe en la nuca. Lo observo extrañado por su gesto.
—Si se supone que eres hijo del ojo de cristal, hay que procurar que tu mimado trasero esté bien, porque las represalias que podría recibir si no es así, no serían nada placenteras, así que intenta no quedar como un colador.— exigió en tono severo.
Asentí con una sonrisa incrédula en el rostro, ocultandome tras uno de los porrones decorativos que hay en el pasillo. Los estruendosos sonidos de disparos se hicieron presentes, al igual que los impactos de los puños propinados en la batalla.
Los de nuestro lado, lograron desarmar a los que protegían la entrada y los amarraron para dejarlos inmóviles y no causaran más problemas. Hubo uno que murió por recibir un disparo en el pecho, pero eso no importaba ahora.
El escuadrón comenzó a entrar al sótano y el hombre de cabellos largos me obligó a que me quedara a sus espaldas.
Al entrar, me extrañé cuando dejaron de caminar, pero de inmediato pude divisar la razón de esto: mi padre y mi madre se encontraban de rodillas en el suelo totalmente sometidos, mientras que un hombre con una cicatriz en su ojo los apuntaba a ambos en la cabeza, con una pistola en cada mano.
—Un paso más, y estos dos iran a renovar sus votos en el infierno.— advierte con tal seriedad que me provoca un muy incómodo escalofrío.
Trago en seco. Siento el fuerte impulso de ir a golpear a ese maldito para bajarlo de esa nubecita de "soy el más malo de todos", pero el hombre de cabello largo sostiene mi hombro y niega, disipando momentaneamente mis ganas bestiales de desfigurarle el rostro.
Este comienza a caminar en frente del escuadrón y noto como el tipo de la cicatriz levanta sus cejas y luego suelta una carcajada.
—Oh, Rafael. ¿Cómo ha estado todo?— dice el hombre de la cicatriz con una sonrisa burlona en el rostro, sin dejar de apuntar a mis padres en ningún momento.
—Yo he estado bien, Leiden. Gracias por preguntar.— dice el tipo de pelo largo.
¿Ellos... Se conocen?
—Aún no puedo creer que estés en ese estúpido bando, Rafita. Tienes muy claro quienes son los que mandan aquí, ¿No es así?— cuestiona el hombre de la cicatriz que atraviesa su ojo, este siendo muy claro. Los más probable es que esté ciego.
—El bando en el que te encuentras tu es aún más turbio, Leiden. Trata de blancas, eh...— asiente levemente con decepción—Estoy seguro de que mamá estaría muy decepcionada de ti. Que asco.— dice el pelilargo a la par que niega levemente.
El tipo de la cicatriz inmediatamente quita la pistola de la cabeza de mi padre y apunta a él hombre de pelo largo.
—No se te ocurra nombrar a mamá en vano, maldito imbécil.— asevera aputandolo directamente a la cabeza.
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¿Tan solo valgo... Mil dólares?
De TodoY creí que el vender personas solo ocurría en ficción, novelas o fanfics escritos por niñas de trece años. Soy Ada Ralis, y fui vendida a unos hermanos que son totalmente capaces de destruir mi estabilidad mental, emocional y quizas... Físicamente. ...