13. Desastre de lágrimas.

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Me siento tan malditamente humillada y tan malditamente enojada conmigo misma.

¿Es que acaso las pocas neuronas que aún se mantenían funcionando en mi puto cerebro simplemente se fundieron o qué?

¿Cómo si quiera me llegó a... A gustar lo que ocurrió con Luzbel?

Oh, si que me odio en este instante. Es claro que sus estúpidas palabras bonitas y toda esa mierda es para que caiga más rápido en sus redes para así follarme de una vez por todas, ¿Por qué no lo hacen de una vez? ¿Por qué me someten a esta dolorosa tortura sentimental?

Mierda, si que estoy enojada.

Luego de aquel maravilloso espectáculo en la azotea, hice lo posible por ignorar a ambos hermanos el resto del tiempo que tenía que estar en el bar sirviendo a lo clientes. Ninguno de los dos me quitaban los ojos de encima, como si quisieran estar al tanto de cada paso que doy.

¿Cuál es su maldito problema?

"No me voy a escapar, hijos de puta" me dan ganas de gritarles a la cara, pero me contengo para evitar problemas. Al llegar la hora de irnos, los hermanos caminan en frente de Alba y de mi. La penúltima nombrada nota mi estado de ánimo y en un intento por reconfortarme, coloca una mano en mi hombro y le da un suave apretón.

—Si necesitas hablar de algo, recuerda que yo estaré dispuesta a escucharte siempre.— sonríe gentilmente.

No digo nada pero le devuelvo la sonrisa, forzandola.

Subimos al auto y la mayoría del camino a la mansión transcurre en silencio, hasta que el pelinegro explota por un momento aquella densa burbuja de incomodidad.

—¿Y cómo te fue en tu primer día, ratita?— me mira por el retrovisor y cruzamos miradas por un instante.

—Equis, nada del otro mundo.— murmuro viendo al exterior, observando como pasan los edificios con rapidez.

—¿Eso es lo único que tienes para decir? ¿Ni siquiera te vas a poner a chillar para decirnos que somos unos malditos por hacerte trabajar ahí?— pregunta en tono burlón pero me abstengo de responder.

Arakiel me habla con tanta naturalidad que me aturde; como si no me hubiera corrido de su habitación y antes de eso no nos... Estábamos besando.

Que situación tan bizarra.

El auto vuelve a susmirse en un denso silencio que, en parte era incómodo, pero que a la vez agradecí; no tenía ganas de discutir o replicar, solo quería llegar a la estúpida mansión y meterme entre las sabanas e invernar un siglo de ser posible.

Por fin llegamos a esta y bajo como un rayo del auto infernal y me dirigo a la puerta de entrada. Los guardias la abren para mi y camino con rapidez con el simple propósito de llegar a la estúpida habitación para no ver a nadie. Sin embargo, escucho pasos apresurados a mis espaldas, pero no me preocupo por voltear para saber quien diablos está detrás de mi o algo parecido, todo lo contrario; camino más rápido. Cuando ya entro al pasillo donde se encuentra la habitación, mi muñeca es sostenida por una mano fuerte. Automáticamente me zafo bruscamente del agarre y me encuentro con el idiota que menos quiero ver en este intante.

—¿Podrías dejarme por un maldito momento?— murmuro con rabia pura. Ver su estúpida cara en estos momentos es simplemente irritante.

Su rostro se ve consternado, con la cejas fruncidas. Me doy la vuelta y antes de que alguna palabra saliera de su inservible boca, entro a la habitación y le paso seguro a esta. Me recargo de la pared y aprieto el tabique de mi nariz. Al instante, Luzbel comienza a tocar por un rato para que abra la puerta, sin decir nada, hasta que decide irse.

¿Tan solo valgo... Mil dólares?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora