17. Caos en la mansión. Pt.1

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Luzbel.

Me encontraba en el jardín delantero, con una de mis manos en una de las nalgas de Malena, besándonos de forma desenfrenada, ella de espaldas a la pared y yo acorralandola contra esta.

—¿Y-ya me perdonaste?— cuestiona la rubia al separarse un poco de mi en busca de aliento, mientras juega con el cuello de mi camisa.— Sabes que en ciertas ocasiones puedo actuar como una tonta. Comprendeme,— hace un puchero— tu me tienes así.

Vuelve a besarme pero me separo de ella y sonrío.

—Eres muy berrinchuda, Malena.— digo con tono burlón.

—Ya sé.— alarga la última vocal en medio de un lloriqueo infantil— Perdón.— hace otro puchero y yo suelto una carcajada.— ¿Me perdonas?— cuestiona mirando mis labios descaradamente.

—Déjame pensarlo.

Esto ya ha pasado una infinidad de veces: por algun estúpido motivo se enoja, se pierde algunos días, me pide disculpas y terminamos follando. Es un círculo vicioso. Sin embargo, en este momento no tengo muchas ganas de ello.

Adentro se escucha una canción lenta y por alguna razón... La idea de ir a molestar un poco a Ada e invitarla a bailar se vuelve muy tentadora.

Ja, ¿Qué diablos ocurre conmigo? Solo es una simple chica que mi padre compró como lo ha hecho con muchas otras para satisfacer nuestros caprichos. Y si es así, ¿Por qué quiero que sea Ada quien esté aquí en vez de Malena? La rubia siempre ha sido la definición de tentación con piernas, mi deseo por ella siempre ha sido extraordinario y el sexo con ella es increíble. En este momento, podríamos ir a un lugar un poco más privado y podría hacerle las cosas que quiera hasta que esté completamente satisfecho. No obstante, la idea de ver a la chica de pelo oscuro hacer pucheros molestos y sonrojarse por mi cercanía es aún más atrayente que ir a follar ahora mismo.

Esto ha sido una historia repetitiva; mi padre compra chicas para Arakiel y para mi y que estás sean nuestros juguetes hasta que nos aburramos de ellas; les damos una buena cantidad de dinero y las desechamos para que vuelvan a sus casas. Lo divertido de esto radica en sus cambios de odio a otra cosa. Normalmente es muy fácil hacer que caigan con algunos detalles y palabras bonitas, y lo que primeramente es odio por haberlas comprado se convierte en pasión y se terminan entregando por si solas, sin tenerlas que obligar a hacerlo porque, ¿Qué mejor que tener sexo cuando ambos lo disfrutan?

Con Ada no ha sido distinto.

Primeramente, nos odiaba a muerte por haberla comprado y traerla a este lugar en contra de su voluntad. Pero, poco a poco ha estado cediendo y han habido muchas oportunidades en las que le hubiera arrancado la estúpida ropa y hubiera podido profanar toda su cuerpo, porque ella me ha dado el consentimiento... Sin realmente quererlo. Lo hace porque sabe que eventualmente va a pasar y prefiere salir de eso de una vez por todas.

Yo no lo quiero de esa manera.

Quiero que ella lo desee, que de verdad quiera que pase y no que lo haga por obligación. Y, maldición, nunca creí querer ver a alguien sintiendo placer como lo he querido ver en ella. Quiero ser la razón por la que sus expresiones pidan más y derrochen lujuria pura.

Y si, eso si que es una locura. Porque, al acostarme con alguien, siempre he visto primero por mi propio placer antes que el de la otra persona, pero igual sabré que lo está disfrutando por sus expresiones, movimientos y palabras y para lograr eso, solo me tengo que saciar a mismo con los cuerpos ajenos.

¿Por qué con ella se ha sentido tan jodidamente extraño, diferente?

Un ejemplo de ello fue la vez en que fue a mi habitación desnuda. Joder, ¡Se desnudó frente a mi! Y juro por mi vida que nunca había tenido tanto autocontrol como lo tuve esa noche. Ver su piel trigueña, sus senos, su abdomen, su... Maldita sea, todo en ella era igual que ver un maldito banquete luego de haber estado varios días sin comer y sin olvidar agregar cuando se subió a la cama, se sentó en mi regazo y se movió de una forma que me causó una erección al instante.

¿Tan solo valgo... Mil dólares?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora