Hijo menor y único acompañante de la mujer divorciada que habitaba dos pisos arriba en mi antiguo módulo habitacional.
Joven universitario prometedor, te conocí en el elevador de mi edificio una noche de fin de semana al regreso de alguna peda.
Compartir el mismo trayecto hasta la altura en que nuestros pisos coincidían dentro del elevador era ya un obsequio que en ese entonces no pude creer mayor.
Denotaba tu belleza y la atención que mostrabas ante mis movimientos de ebriedad, recordaba también el murmullo de tu supuesta heterosexualidad y de una supuesta novia.
Era necesario invitarte a tomar acción, obligarte a ayudarme a llegar a mi departamento, forzar mi movimiento e impulsarte a tocarme, hacerte creer que era vulnerable, permitirte jugar conmigo a voluntad.
Puedo considerarme el elemento que disfruta de haber satisfecho tu curiosidad, pudiste obtener el servicio de mi cuerpo.
Compartir momentos de pasión en las escaleras, en la terraza, en la azotea y en nuestros departamentos.
Hacer frente a las visitas de tu novia, impidieron mi creencia en una posible relación romántica desde los primeros meses.El transcurrir de los años que compartimos un domicilio tan cercano aseguraron tu complacencia en la exhibición de desnudez masculina, particularmente la mía.
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