026.

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✨️ GAEL ✨️

La oscuridad de la madrugada envuelve mi habitación, y me despierto sobresaltado por los gritos que resuenan a través de las paredes. Me incorporo en la cama, confundido, tratando de distinguir la realidad de la pesadilla que parece seguirme incluso en la vigilia. Mi corazón late con fuerza, mientras lucho por comprender lo que está sucediendo.

Me quedo recostado en la cama, enredado en las sábanas, tratando de separar los sonidos, de entender por qué esta vez su disgusto es tan fuerte. Los gritos son más claros ahora, rompiendo la calma de la noche con su ferocidad. La voz de mi madre, llena de angustia y desesperación, se mezcla con la de mi padre, cargada de furia y resentimiento. Un nudo se forma en mi estómago, una mezcla de incomprensión, preocupación y miedo. No es la primera vez que presencio estas peleas, pero no esperaba que me golpeara con la misma intensidad.

El reloj en la mesita de noche marca las horas que avanzan implacablemente, pero parece que el tiempo se ha detenido en este instante de tensión. La necesidad de entender, impulsan a mis pies a tocar el frío suelo de la habitación y levantarme con cautela, procurando no hacer ruido. Me abrazo a mí mismo, como si eso pudiera ofrecerme algún tipo de consuelo. 

La madera cruje bajo mi peso, y mi mano se cierra alrededor del pomo con una mezcla de ansiedad y determinación. Giro la perilla suavemente y la puerta se abre con un chirrido mínimo, revelando el pasillo oscuro iluminado apenas por la tenue luz de la luna entrando por algunas de las ventanas.

Avanzo con cautela, pasando frente a las puertas de la habitación de mi hermano, quien espero siga sumido en un sueño tranquilo, el baño y la oficina de mi papá. Mi pulso se acelera a medida que me acerco al origen de los gritos, y finalmente llego al umbral de la sala de estar.

La vista ante mis ojos es desoladora. Mi madre está de pie, con la postura tensa y los ojos enrojecidos por el llanto. Mi padre, con la mandíbula apretada y los puños cerrados, está sentado en el sofá, mirándola con una mezcla de furia y desesperación. Las palabras vuelan entre ellos como dardos afilados, llenos de acusaciones y reproches.

Me quedo en la entrada, sintiendo como si estuviera atrapado en medio de un torbellino emocional. No debería estar viendo esto, debería ser invisible, pero algo en mí me impide retroceder. Mi confusión y angustia se entremezclan mientras intento comprender la profundidad de su conflicto.

Mi madre levanta la voz, sus palabras tintinean en el aire como cristales rotos. Mi padre se pone de pie abruptamente, su expresión es una mezcla de ira y dolor. Las lágrimas empiezan a empañar mi visión mientras observo esta lucha que parece desgarrarlos a ambos. Cada palabra que intercambian es como un golpe a mi propio corazón, un recordatorio de la fragilidad de lo que creíamos seguro.

Quiero intervenir, quiero detener esta tormenta, recordándome a mí mismo que ya no soy un niño, que ahora soy lo suficientemente grande para poder hacerlo, pero me siento paralizado en mi lugar. No puedo hacer más que ser testigo silencioso de esta batalla que no debería estar pasando. El nudo en mi garganta aprieta con cada segundo que pasa, y mi pecho se siente lleno de un pesar inmenso.

La discusión continúa, las palabras se agitan en una danza dolorosa. Mi mente es un torbellino de emociones confusas, una mezcla de tristeza, enojo y desesperación. Me pregunto si alguna vez encontrarán una solución, si podrán superar esta tormenta que amenaza con destruir lo que, para mí, es una familia unida.

Las palabras siguen siendo arrojadas como puñales, y siento cómo mi pecho se aprieta con cada una de ellas. Mi madre se quiebra, su voz se desgarra en un sollozo doloroso. Intenta responder, intenta defenderse, pero sus palabras se desvanecen en el aire cargado de hostilidad.

Aquel año nuestroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora