Corría, casi sin aliento, cada paso más desesperado que el anterior. El vestido me rozaba las piernas, la bolsa resbalaba de mis dedos, y el pulso de mis pies sobre el pavimento no hacía más que acelerar el ritmo frenético de mi corazón. Era tarde. Una boda, mi familia esperando, las miradas de reproche en el coche... La ansiedad se me clavaba como una espina. No podía fallar, no hoy, pero el tiempo parecía escaparse de mis manos como arena entre los dedos.
Fue en una de esas esquinas, en la urgencia de un giro apresurado, donde el destino —o algo aún más caprichoso— decidió intervenir. Sin preverlo, choqué contra alguien. Sentí el golpe, la sacudida, como si el mundo entero se detuviera. Levanté la vista, un tanto aturdida, y allí estaban esos ojos profundos, mirándome con una mezcla de sorpresa y calma. Un rostro que emanaba una bondad inesperada, enmarcado por rizos oscuros que caían despreocupadamente. Era guapo, sí, pero había algo más; algo en su mirada que atrapaba, que rozaba el alma con una suavidad que desconcertaba.
—Oh... perdón —murmuré, en un susurro, la vergüenza ardiéndome en las mejillas—. Tenía tanta prisa que... ni siquiera te he visto.
Él sonrió. No una sonrisa cualquiera, sino una que parecía entenderlo todo, como si mis prisas y mis tropiezos no fueran otra cosa que detalles insignificantes de un momento que no debía haber sido diferente.
—No te preocupes —respondió con voz amable—. A veces es mejor así, cuando el camino nos sorprende sin aviso.
Solo entonces noté al pequeño que se agarraba a su mano, un niño con ojos enormes y una sonrisa que destilaba inocencia. Su carita, tan serena, iluminó el instante, como si de pronto el caos de la prisa y la torpeza se apaciguaran con la dulzura de su presencia.
—Este es mi hermanito, Adam —dijo el chico con orgullo, mirándome con complicidad. Y en su tono había algo que hacía imposible apartar la mirada.
Me incliné un poco, atrapada por la ternura de aquel niño.
—Hola, Adam —saludé, sonriéndole—. Vaya, tienes un hermano mayor muy atento.
El niño me miró y luego miró a su hermano, como si ambos compartieran un secreto del que yo apenas rozaba la superficie.
—¡Sí! —exclamó Adam con entusiasmo—. ¡Mi hermano es el mejor!
En ese momento, una sensación extraña me atravesó. Algo fugaz, profundo, como si aquel instante tuviera un significado que se escapaba a mis sentidos. Miré mi reloj, recordando la boda, mi familia... el compromiso. Pero había una extraña paz en el ambiente, como si la vida misma quisiera detenerse por un momento.
—Perdona... me encantaría quedarme aquí hablando, pero llego tarde —balbuceé, apurándome a despedirme—. Ha sido un placer conoceros... espero que nos veamos algún día.
Él asintió, su sonrisa despidiéndose con una especie de melancolía que no comprendí del todo.
—Que tengas suerte —dijo suavemente—. Que el camino te lleve justo a donde debas estar.
Me alejé con prisa, con el corazón aún latiendo con fuerza. Pero no podía apartar la sensación, como si me hubiera topado con una puerta hacia algo... aún desconocido, algo en lo que el azar y el destino hubieran trazado líneas ocultas. Insha'Allah, pensé con un leve estremecimiento, ojalá la vida me permita volver a encontrarme con esos ojos y esa paz.
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In sha allah
RomanceEn el pintoresco pueblo de Jinan, un encuentro casual con el enigmático Reda desata una historia de amor apasionada. Pero cuando la familia de Reda desaparece sin dejar rastro, el destino se tuerce. Dos años después, Jinan intenta sanar en Bélgica...