45. Un asunto pendiente

1.4K 188 146
                                    

Cuando la noche llegó y solo le quedaron las sombras, Adelthy temió lo que estaba por venir

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Cuando la noche llegó y solo le quedaron las sombras, Adelthy temió lo que estaba por venir. En teoría, podía andar por el castillo con libertad. En la práctica, había hombres del conde vigilando el ingreso a la alcoba. La sacerdotisa caminaba de un lado a otro, sosteniendo el frasco con el veneno que Carine le dio.

Ella tenía razón, no les quedaban opciones. Ethelvell pudo mentir, ¿qué tal si volvía al día siguiente? No iba a desperdiciar la única oportunidad que tenía para escapar, pero tampoco se veía capaz de acercarse a ellos y envenenarlos. ¿Cómo? Por los murmullos que escuchaba, y por el frío, tal vez estaban tomando alguna bebida caliente. ¿Podía solo ir y acercarse? ¿Echar esa cosa delante de todos? ¿Cómo lograría distraerlos?

"Pues será mejor que lo averigües de una vez. Si fallas, no te harán nada, salvo ponerle llave a la puerta. Ethelvell los matará si te tocan", se dijo, intentando convencerse. Así que, haciendo acopio de todo su valor, escondió el veneno en su escote, y salió decidida hacia el pasillo, llevando apenas un abrigo.

Fue tal como creyó. Estaban en círculo y, a un lado, había una olla humeante sobre un caldero. A juzgar por el olor, diría que era algún macerado con té, típico de la zona, para entrar en calor. Carine dijo que ese veneno no bastaría mara matarlos a todos, y prefería no pensar en eso. Caminó tan firme como pudo, mostrándoles una sonrisa que no fue correspondida. Desconfiaban, era lógico. Eso no iba a ser fácil.

—Buenas noches, hermanos —les dijo, intentando ser la simple sacerdotisa de toda la vida.

—Buenas noches, señora —dijeron varios a la vez.

—Oh, no. Ese tipo de trato no es necesario. Antes de llegar aquí, servía a la suprema creadora. Para mí, todos ustedes son hermanos. Chispa de vida, únicos e irrepetibles. No me vean como una extraña, solo una compañera con la que hablar.

—Su usted lo dice... —murmuró uno de ellos, el que parecía ser el líder.

—Me aburría en la alcoba, así que decidí salir a conversar con ustedes y asegurarme de que están bien. ¡Oh! Y me encantaría algo de eso —dijo, señalando la olla—. ¿Puedo beber un poco? El frío en Nayruth es atroz.

—Si desea algo caliente, mi señora, no tiene que molestarse en salir —contestó otro—. Puede volver a su alcoba, y pediremos a las doncellas que la atiendan.

—No me interesa volver, y tampoco quiero molestar a nadie con mis requerimientos. Ya estoy aquí, ¿acaso van a negarle algo a la mujer del rey de Theodoria?

Se sintió horrendo pronunciar esas palabras. No solo por lo altanero que sonaba, siempre odió esos discursos de gente valiéndose del poder ajeno para conseguir lo que querían. No fue solo eso. Fue hablar así de sí misma, admitir en voz alta para qué la quería Ethelvell. Pensar en eso le dio tanto asco que al fin se decidió a apresurar las cosas. No pasaría una noche más allí, no se entregaría jamás a ese monstruo.

Cenicienta y los olvidadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora