7.- Flores amarillas

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Debería estar cansada

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Debería estar cansada. O lo estaba, pero en ese momento no lo sentía. Cenneth se levantó vital y animada como nunca, hacendosa a la fuerza. Al menos así desquitaba la energía desbordante que sentía. La sonrisa no abandonaba su rostro, ni siquiera cuando las manchas hollín ensuciaban su ropa, sus mejillas y sus manos. Tarareaba una canción mientras sacaba lo que quedaba de los leños de la chimenea, y buscaba los nuevos para remplazarlos.

Se detuvo, y suspiró. Aún sentía en sus labios el beso de Rine. Hubo algo en ella que le fascinó, o quizá fueron varias cosas. No solo su belleza, pues decir que era preciosa era quedarse corta. Vamos, que se notaba que era una mucama en buena posición, tenía el rostro tan fino y la suavidad de una dama. Tal vez, se dijo Cenn, era más que una criada. ¿Dama de honor quizá?

¿Qué le gustó de ella? Todo. Su aparente inocencia, sus modales suaves, y su sonrisa encantadora. Pero también le gustó esa forma en que otra parte de ella parecía aflorar. Bueno, apenas se conocieron, le faltó tiempo para descubrir esa otra Rine que permanecía oculta. Pues de a ratos notaba su picardía, el brillo en sus ojos, sus arrebatos, su firmeza. Detrás de esa mucama inofensiva había una fiera que le encantaría sacar a flote. ¿Se cruzarían en el castillo de la duquesa? Ojalá, lo que daría por otro beso de ella.

Y así estaba, en las nubes, con Padre del cielo y todos sus amigos, cuando un paje abrió la puerta de la estancia que limpiaba. Cenn quiso tomarse aunque sea un momento para ponerse decente, pero apenas logró limpiar sus manos manchadas de hollín en el mandil. Ethelvell, Etheldan, y su madrastra entraron; así que no tuvo de otra que bajar la cabeza y hacer una venia ante sus amos. Ni siquiera se atrevía a mirarlos a los ojos.

—Así que aquí estabas, mugrosa —le dijo Adelphia.

—Me parece más creativo el apodo que le diste en casa, madre —añadió el conde, con ese tonito de burla que ya le conocía—. ¿Cómo era?

—Cenicienta, o eso creo —respondió la mujer con el mismo tono de voz—. Porque "Cenimugrienta" no queda tan bien. Solo mírala: Siempre asquerosa, siempre sucia. De verdad hasta parece una Nay auténtica. —Cenn no levantó el rostro mientras recibía los insultos de siempre. Ya se aburrirían de burlarse de ella y la dejarían en paz.

—En eso no estamos de acuerdo, madre. —Ethelvell retomó la palabra. Apenas lo vio de reojo, y sintió el peligro. El conde se acercaba a paso lento, y no con buenas intenciones. Sentía su mirada fija, su desprecio. Eso no pintaba nada bien—. Que ella prefiera creer que pertenece a los Nay es distinto, después de todo no le queda otra que rodearse de escoria que está a su nivel. Lo que me lleva a preguntarme, Cenicienta, ¿dónde estabas anoche?

La chica se mordió la lengua. Mierda, mierda, mierda. La descubrieron. Cuando Cenn se escapó para ir a bailar al campamento fue justo después de que la familia estuviera en cama, cuando ya no requerían sus servicios. Al parecer se equivocó, y quizá a la condesa se le antojó alguna estupidez que hizo necesario que fueran a por ella. Y no la encontraron. Eso iba a terminar mal.

Cenicienta y los olvidadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora