🧜‍♀️Extra 4: Una amiga espiritual 🧜‍♀️

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El lienzo en blanco rara vez era un problema, pues la inspiración surgía con facilidad

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El lienzo en blanco rara vez era un problema, pues la inspiración surgía con facilidad. Le bastaba mirar con atención para que la pintura empezara aflorar, casi como si pudiera verla. Pero allí estaba Etheldan, rodeado de lienzos terminados, cuadros que pronto serían expuestos, y proyectos que aún no tomaban forma. Esas eran las esculturas, pues no era el mejor moldeando, y algunos habían criticado su obra, tildándola de tosca y propia de un artista sin práctica.

Tal vez eso era lo que le estaba afectando, no conseguía dar con lo que tenía en mente. Una idea fugaz, una de muchas.

A él lo que inspiraba era la belleza que lo rodeaba. No, no se refería a las fiestas de las cortes, sino cosas más lindas y cercanas. Su familia, Cenneth y la pequeña sobrina Eaphia. Hasta Carine, que era algo así como su cuñada, y quien le brindó el honor de pintarla.

Pero las grandes personalidades que retrató no acabaron con la nobleza de Nayruth. Incluso la reina de Aucari posó para él en una de sus visitas al reino, y el pequeño heredero de Theodoria —un niño muy escurridizo y hermoso como su padre— quien ya gozaba de toda una gama de retratos desde antes de dar sus primeros pasos. Y, como no, de su amado.

Las pinturas más célebres del rey de Theodoria eran obran suya. La principal de ellas estaba en el salón central, a la vista de cualquiera que acudiera al palacio real. Otros, en despachos, o en su alcoba.

No solo pintaba los retratos formales. También sus ojos, sus manos, o su boca. Y otros bocetos que guardaba para él, pues sería un escándalo si fueran de dominio público.

Por Luz eterna, tal vez debería dejar por escrito la orden de que cuando muriera, incineraran ese cuadernillo. ¿Qué dirían las futuras generaciones cuando vieran esos desnudos? ¿Que Etheldan de Nayruth fue un pintor de erotismo, cuya única fuente de inspiración fue un hombre? Que era completamente cierto, pero...

—¡Dan! ¡Despierta! ¡Ya me aburrí!

—¡Ariel!

Casi había olvidado que el espíritu de la reina sirena llevaba buen rato allí. De hecho, le pidió que se quedara callada un momento para que pudiera concentrarse, y fue casi un milagro de las deidades que Ariel soportara tanto tiempo en silencio.

—¿Ya sabes qué pintar?

—No... —murmuró. Pero volvió a mirarla, sin saber qué sentir, o qué pensar.

Ella seguía siendo ese ser etéreo y bello que conoció hacía varios años en el palacio de Aucari. La misma que desde entonces lo visitaba para conversar, o solo desahogarse. Para escucharlo también y, de hecho, era la única con la que podía hablar largo y tendido sobre sus sentimientos hacia Francis.

No era que Cenn no lo escuchara, su hermana siempre le prestaba atención a cualquier cosa que quisiera contarle. Solo que ya no vivían bajo el mismo techo, y cuando hablaban salían tantos temas de conversación pendientes por culpa de la distancia, que no podía explayarse como quisiera.

Cenicienta y los olvidadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora