La sostuvo justo antes de que se desvaneciera. Y le pareció tan liviana, tan frágil y suave. Tan... pura.
Ethelvell la contempló en silencio, admirando sus rasgos, sintiéndola respirar lento. Sabía que se desmayó por él o, mejor dicho, de lo que habitaba dentro de él. No quiso lastimarla así, esos no eran los planes de Uku. Por eso la sostuvo con fuerza, y la idea de soltarla se le hizo insoportable.
El conde sentía muchas cosas que no podía definir. Como él mismo, o lo que se suponía que era él, se sintió sobrecogido por la fragilidad de la luz. Nunca antes conoció a una mujer sin corrupción, sin nada que la hiciera indigna a sus ojos. Ella era una mujer de verdad, lo que se suponía que tenía que ser. Pura, bella, suave, y rendida en sus brazos.
Pero la otra parte de él, esa que sabía ya no era suya, gritaba otras cosas. Era como si susurraran dentro de su cabeza, no podía decir que lo escuchaba, pero sabía y entendió. La oscuridad que habitaba dentro de él se regocijaba con tener a la luz tan cerca, esas sombras parecían extenderse y le gritaban todo lo que quería hacerle. Algo que también se confundía con sus deseos más profundos y siniestros.
Profanarla, sí. Tenerla suya. Por supuesto, lastimarla mucho. Destruir cada parte de ella. No solo su cuerpo, también su alma. Pero eso no bastaba, la oscuridad dentro de él lo sabía y se lo gritaba. No sería placentero usar la fuerza, tenía que quebrarla. Lograr que se rindiera de verdad, que deseara estar muerta. Que una parte de ella quisiera abandonarse a las sombras, que dejara su vida de luz para unirse a lo oscuro, que se entregara por placer y egoísmo. ¿Cómo se suponía que iba a conseguir eso? Pues tenía que averiguarlo. Ese era el trato con Uku.
—¡Oh, por Luz eterna! —exclamó su madre de pronto, acercándose a ellos y rompiendo la magia del momento—. ¿Qué le pasó? Necesita un sanador.
—Sí, claro —murmuró Ethelvell—. Tal vez se sentía sofocada.
—Puede ser, la noté algo pálida. Tal vez vivir entre esos salvajes nay acabó por dañar su salud. Nunca entenderé la bondad de las servidoras de la luz, ¿cómo pueden entregar tanto por gente que ni merece serlo? Es intolerable.
—Lo que es intolerable es tu incesante parloteo, madre —respondió él sin siquiera mirarla, pero logrando que Adelphia cerrara la boca por un instante solo por la sorpresa—. De seguro fue tu maldita voz y tus intentos de verte piadosa lo que terminaron sofocándola.
—Cuidado con lo que dices, muchacho. Será mejor que te contengas si sabes lo que te conviene.
Ethelvell no respondió. Acomodó a la sacerdotisa en sus brazos y la levantó. Al fin, erguido y firme, miró a su madre y sonrió de lado con desdén. Apenas la había visto en esos días, y entendía su sorpresa. A esas alturas, esa condenada mujer tuvo que darse cuenta de que ya no era el mismo, y que no estaba jugando.
—Cállate —le dijo sin titubear—. No me interesa escucharte. Ya la trajiste a mí, es suficiente. Ahora puedes largarte, y será mejor que lo hagas pronto, antes de que pierda la paciencia.
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Cenicienta y los olvidados
FantasíaCenneth es la hija legítima del conde de Nayruth, un antiguo reino caído que aún mantiene sus tradiciones. Obligada a ser parte del servicio, Cenneth encuentra refugio en la gente de su pueblo. Cuando su mejor amigo Nhesto le confiesa que fue elegid...