Cenneth es la hija legítima del conde de Nayruth, un antiguo reino caído que aún mantiene sus tradiciones. Obligada a ser parte del servicio, Cenneth encuentra refugio en la gente de su pueblo.
Cuando su mejor amigo Nhesto le confiesa que fue elegid...
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No entendía de qué valía tener esa lanza si no podía hacer más por ellos. ¿De verdad era una bendición? Qué importaba que tuviera la gracia de Padre de la nieve, no pudo detener al que sin duda causó todo eso. De hecho, Nhesto no sentía otra cosa que frustración. Se suponía que era el escogido para detener el avance del espíritu de la devastación, y este ya se había liberado.
En serio, ¿de qué valía su esfuerzo, si estaba parado sobre los cadáveres de su gente? Intentó salvar a quien pudo, pero sabía que bajo sus pies fueron enterradas tantas personas que ni podía contarlas. ¿Seguirían vivos? ¿Cuánto tiempo resistirían? Cada momento que pasaba sin hacer nada sentía que era una vida más que se perdía.
Ya era de noche, casi no se veía. Las antorchas no bastaban para seguir con la búsqueda, llevaban dos días enteros en esa labor. Algunos soldados del conde llegaron a verificar la situación, pero no más. Los nay vieron en silencio como estos pasaron a su lado, e hicieron lo posible para entrar a lo que quedaba de la mina. Habían cercado la zona, como si temieran que se robaran el maldito carbón del conde. Eso solo los hizo rabiar, la gente les gritó de todo, algunos hasta les arrojaron piedras. Y, por primera vez, no les devolvieron los golpes.
Porque ellos eran más. Eran muchos los que estaban allí intentando salvar a su gente. Llegaron de varios poblados para ayudar, y el grupo se hacía cada vez más grande. Entre gritos, reclamos, y hasta intimidación, acabaron por echar a esos soldados que fue solo a ocuparse de la mina. No los querían allí, demostrando una vez más lo poco que les importaba sus vidas.
Se tenían a ellos mismos, siempre fue así. Improvisaron carpas, llevaron agua, abrigo y comida. Refugiaron a los sobrevivientes, las sanadoras se unieron para curar a los heridos, los demás se dedicaban a remover los escombros. Pero ni todo el trabajo del mundo era suficiente cuando caía la noche y la poca luz solo entorpecía las labores.
—¡Baja de ahí! —gritó alguien.
Estuvo tan distraído pensando en la situación que apenas lo oyó. Nhesto había subido lo más alto que pudo para observar mejor como iba todo, y lo que vio tampoco fue alentador.
—Espera —contestó, y obedeció de inmediato.
Fue Thaenya la que gritó. Poco después, Nhesto la alcanzó y respiró hondo. Suerte que tenía la lanza para sostenerse, ese camino era de verdad accidentado.
—No deberías alejarte tanto.
—Tampoco es como si fuera a perderme.
—Tonto, me refiero a que ya tienes que descansar. Que seas escogido de Mallku no te hace invencible, llevas dos días casi sin dormir. Ten, bebe —le tendió un cuenco de agua. No se dio cuenta de la sed que tenía hasta que bebió con avidez y por poco se atraganta.
—Gracias. Ahora...
—Ahora vienes conmigo. Ya obligué a Robloc a descansar, tú no te me escapas. Hasta Adelthy está de acuerdo en que no puedes seguir así, te vas a enfermar.