No soy tuya - La verdad

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Pedro salió de la ducha y un nudo en la garganta apareció en mí, tenía que decírselo de alguna manera pero no sabía cuál iba a ser su respuesta o su acción a ello.

—¿Quién era? —me preguntó mientras bajaba las pequeñas escaleras y se secaba el pelo.

—Era tu padre... —le dije mientras me levantaba de la cama.

—¿Y qué quería?

Suspiré profundamente mientras miraba al suelo con él enfrente, no sabía cómo decírselo así que se lo solté así, sin más.

—Me ha dicho que... Fer a... Eso, fallecido...

Le miré a los ojos y aquellos no expresaban nada, solo me miraba con cara de qué le estaba diciendo, hasta que habló.

—¿Puedes salir de la habitación por favor? —fue lo único que salió de su boca.

No dije nada y salí de ahí, cerré la puerta detrás mía, cuando empecé a escuchar gritos y golpes en la habitación, me quedé ahí quieta pensando en qué hacer, si entrar o no.

Y cómo no, entré, abrí la puerta encontrándome ahora toda la habitación desmontada y a él dándole golpes a la pared mientras gritaba, tenía ira por ello y le entendía, él no era un chico que llorase tan fácilmente.

Me acerqué a él e intenté pararlo, pero no pude, así que lo cogí de las mejillas e hice que me mirara, tenía una mirada perdida, furiosa y triste, no voy a mentir, pero me dolía verle así, llorando de rabia, con los ojos hinchados y con la respiración tan acelerada que su pecho se descontrolaba.

—Pedro por favor no te hagas esto, —miré sus manos y estaban completamente con los nudillos casi abiertos— mírate los nudillos, los tienes casi abiertos, llego a entrar un poco más tarde y mira.

El canario no dijo nada, solamente me abrazó con fuerza mientras sus llantos y lloros volvían, pasé mi mano por su pelo y la otra por su espalda.

Sabía que era duro perder a un familiar, y más si es tu hermano. Después de un buen rato Pedro decidió ponerse un chándal y dormir un rato, o más bien le obligué yo, porque sabía que si era por él no dormiría nada.

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Cuándo se despertó no dijo absolutamente nada, solo se empezó a restregar por mis costillas y el colchón, y empezaron los lloros de nuevo, enseguida dejé el libro a un lado y lo saqué de allí para que se pusiera encima mía.

Me abrazó como cuando un niño pequeño tiene miedo mientras que yo le acariciaba el pelo ahora seco. Al cabo de unos diez minutos estiró las piernas y me miró, tenía los ojos rojos e hinchados de tanto llorar y la nariz hinchada, le tiré el pelo hacia atrás y le di un beso en la punta de la nariz.

—¿Quieres comer algo? —le pregunté mientras tenía mis manos en su nuca.

—No, no quiero comer nada.

—Venga vamos a comer algo. —le pedí, pero el solo volvió a tumbarse— Pedro, por favor venga, aunque sea un yogur.

—No quiero nada.

Respiré hondo y seguí leyendo el libro apoyándolo en su espalda mientras el miraba por el gran ventanal el clima lluvioso que había.

—¿Por qué nunca has querido hacerlo con Manuel? —escuché cómo me preguntó sin moverse— Llevabais cuatro años juntos y tú nunca quisiste, ¿por qué? —volvió a hablar ahora mirándome a los ojos impidiéndome leer.

—Me da vergüenza. —solté para levantar un poco el libro y poder seguir leyendo.

Pero no pude, con su mano enorme me quitó el libro para que solo le prestará atención a él.

No soy tuya // Pedri GonzálezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora