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—A ver si lo he entendido bien, ¿quiere que me infiltre a un hospital psiquiátrico para sacarle información a uno de los criminales más temidos del país?

—Sé que le parecerá una locura...

—Lo es —le corté, tajante—. Lo que me está pidiendo no es solo ilegal, sino peligroso. Así que no solo me estoy jugando el trabajo, sino la vida.

El inspector Foster me miraba fijamente. Sus ojos reflejaban una mezcla de urgencia y preocupación.

—Lo sé, señorita Miller, y no le estaríamos pidiendo esto si no fuera estrictamente necesario. Estamos en una situación desesperada, como habrá podido notar. Este criminal es una amenaza para la sociedad, y no tenemos pruebas suficientes para condenarlo.

—¿Y por qué no lo tratan como un paciente normal en lugar de un criminal?

Soltó una risa con un matiz irónico, como si mi pregunta fuese absurda.

—Está claro que está alegando locura para evadir la justicia.

Conocía esa estrategia. Aunque pudiera parecer sorprendente, en muchos países los acusados tenían el derecho de alegar que no eran responsables de sus acciones debido a problemas de salud mental. Y, si un tribunal finalmente aceptaba la defensa, el acusado podía ser enviado a un hospital psiquiátrico en lugar de una prisión.

—¿Cómo es posible? Ha tenido que necesitar el testimonio de expertos en salud mental para que lo confirmaran.

—Evaluación inicial errónea, testimonios persuasivos, manipulación del sistema... —Soltó un bufido—: qué sé yo. La cuestión es que el muy capullo ha logrado esquivar la justicia durante demasiado tiempo.

—Aún así, no entiendo cómo puede ser una amenaza si está en uno de los hospitales psiquiátricos más seguros.

—Por ahora —remarcó.

Se inclinó hacia delante, entrelazando las manos encima de la mesa.

—Cada vez que se acerca un juicio o una investigación, algo extraño sucede: evidencia que desaparece, testigos que se retractan, jueces que cambian de opinión... Está jugando con nosotros y burlándose de la ley. Necesitamos pruebas, pruebas concretas que puedan demostrar que está abusando del sistema y que realmente es culpable de los crímenes que se le imputan.

Tomó un respiro profundo antes de proseguir.

—Sé que es peligroso, pero si tenemos evidencias sólidas, podremos finalmente llevarlo ante la justicia y cerrar este capítulo.

—Así que, básicamente, pretende que logre demostrar que no es un enfermo mental, sino una persona que mata por puro placer. ¿Cómo voy a ser capaz de hacer eso?

—Esperaba que usted supiera la respuesta, teniendo en cuenta que es investigadora privada.

Levanté una ceja, desconfiada.

—Apenas llevo un año en este oficio, cosa que supongo que sabrá muy bien. No he manejado más de cuatro casos, así que mi experiencia deja mucho que desear.

—Entiendo que le pueda resultar abrumador, pero piense en esto como una oportunidad para ganar reconocimiento en su campo. Un caso tan exitoso como este podría abrirle muchas puertas.

Iba a decirle algo más cuando la puerta del despacho se abrió de golpe.

Landon entró con un semblante serio que no le caracterizaba en absoluto. Segundos después apareció Lexi detrás de él con la respiración agitada, como si lo hubiese estado siguiendo por toda la comisaría.

En la línea de fuego ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora