19

33.4K 2K 2.5K
                                    

NOLAN

Tenía que parar, o sus propios recuerdos iban a terminar matándola.

—Cuando salgamos de aquí grítame, insúltame, pégame, pídeme lo que sea. Yo mismo te contaré la verdad. Pero ahora te necesito con vida, ¿me oyes?

A pesar de tener los ojos cerrados, sabía que podía oírme.

Los temblores sacudían su cuerpo sin parar, pero no era a causa del frío. Su piel irradiaba un calor excesivo bajo mis brazos. Le estaba subiendo la temperatura a una velocidad alarmante. Algunos mechones de su cabello se pegaban a su pálido rostro por el sudor, y sus párpados descansaban pesadamente sobre unos ojos cansados y exhaustos.

Cada respiración parecía ser un esfuerzo para ella, pero yo sabía mejor que nadie lo muy fuerte que era esa mujer. Siempre lo había sabido. Y estaba convencido de que podría superarlo. Porque si era capaz de enfrentar el presente, también podría enfrentar el pasado.

Las alarmas comenzaron a sonar por todo el pasillo, inundando las paredes de una luz roja constante. Sabían que me había escapado, y era cuestión de tiempo que el sótano se llenara de guardias de seguridad.

Desvié la mirada hacia su rostro.

—Jules, ¿me oyes?


JULES

Tras varias semanas llevándome a esa habitación, supe que no me dejarían en paz hasta que no lograra mover algo con la mente. Lo que fuera.

Primero lo intentaron con objetos pequeños como llaves, monedas e incluso corchos de vino. Y, aunque no hubiese habido resultados, se animaron a probar con cosas más grandes, como muñecas, tazas y libros.

Sin embargo, la verdadera prueba llegó cuando decidieron desafiar la gravedad con objetos más pesados, como sillas y mesas. Cuando les dije que no podía hacerlo, ya que era imposible, trajeron a un niño que debía tener unos pocos años más que yo. Le ordenaran que moviera una mesa que habían colocado delante de mí. Lo hizo sin parpadear.

Estaba convencida de que fue una manera de decirme que era un despropósito, que había niños que movían muebles que seguramente pesaban el doble que ellos y yo no podía ni hacer temblar un corcho de vino.

Tal vez creían que era una superheroína, de esas que aparecen en los cómics y tienen increíbles habilidades. Pero yo solo era Jules, una niña de diez años que ni siquiera podía recordar su pasado sin tener lagunas de por medio.

—Menuda decepción —murmuró el hombre de pelo blanco, negando con la cabeza al tiempo que observaba el oso de peluche que permanecía intacto encima de la máquina.

—Ten paciencia —le pidió el otro hombre con el que siempre iba acompañado.

—Llevo cuarenta y nueve días teniendo paciencia con ella, y ni siquiera ha sido capaz de mover un maldito muñeco de algodón.

—Entiendo que esté buscando resultados rápidos, pero no puede forzar algo que tal vez no esté destinado a suceder.

—La fase dos ha demostrado resultados —insistió el hombre de pelo blanco—. Puede verlo usted mismo en la reacción de los otros sujetos. Ella, en cambio, no muestra ningún signo de progreso.

—No puede comparar a todos los sujetos de la misma manera. Puede que ella aún no haya alcanzado su potencial.

—¿Potencial? —Emitió una carcajada gutural—. ¿Qué potencial? Mírela y dime si ve algo especial en esa criatura.

En la línea de fuego ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora