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Recuerdo que había un cuento que mi padre siempre me leía cuando era pequeña. Iba sobre una chica que caía en una madriguera de un conejo y se encontraba en un mundo extraño y fantástico lleno de personajes peculiares y situaciones surrealistas. En ese instante me sentía como la protagonista de ese cuento.

Era como si, al cruzar esa abertura, accedieras a otra dimensión. Incluso llegué a dudar si seguíamos en el hospital psiquiátrico, pues nada de ese lugar parecía pertenecer ahí. Experimenté una sensación similar cuando entré por primera vez a la sala de visitas.

Las paredes, de un impoluto blanco casi deslumbrante, junto a las luces fluorescentes, daban paso a una estética más futurista. A pesar de encontrarnos en un hospital bastante antiguo y negligente, ese sitio parecía haber sido reformado recientemente. Fuese lo que fuese ese lugar, no debería estar aquí.

«Beth»

Una oleada de pánico me invadió de nuevo al pensar en ella. Mi vista se nubló por las lágrimas que amenazaban con volver a salir.

—La he abandonado —dije en apenas un susurro.

Ambos se giraron hacia mí.

—Clarke... —empezó a decir Adler.

—Joder, la he dejado sola. ¿Cómo...? ¿Cómo he sido capaz?

La angustia se apoderó de mí, haciendo que mi voz temblara.

—No podíamos hacer nada —murmuró Lexi, incapaz de sostenerme la mirada.

Negué con la cabeza, mordiéndome el labio inferior.

—Si hubiésemos bajado, tal vez...

—En ese caso, nos hubieran matado a todos —afirmó Adler.

—¡O tal vez no! —grité, la desesperación brotando en mis palabras—. ¡Tal vez ahora ella seguiría aquí con nosotros! ¡Hemos sido unos cobardes! ¡Hemos...! ¡Hemos...!

Necesitaba expresar el dolor y la frustración que sentía, aunque las palabras parecieran insuficientes para aliviar la carga de responsabilidad que pesaba sobre mí.

Lexi me envolvió en sus brazos, dejando que sollozara sobre su hombro. El llanto liberador se convirtió en la única vía para expresar la profunda tristeza y el desgarrador remordimiento que me embargaban.

—Hay que seguir, Clarke. —Hizo hincapié en el nombre, como si tratara de recordarme por qué no usaba mi verdadero nombre.

Estaba aquí por un propósito.

Me sequé las lágrimas con las palmas de mis manos y asentí, tragando saliva con fuerza.

El lugar se bifurcaba en varias direcciones, por lo que elegimos uno de los caminos, sin estar seguros de hacia dónde nos dirigíamos. No supe ni de dónde estaba sacando la energía para andar. A pesar de la tormenta emocional que me envolvía, seguí adelante con Adler y Lexi a mi lado. Ellos eran el único pilar que me sostenía en ese momento.

Detuvimos nuestros pasos al percatarnos de que habíamos estado a punto de adentrarnos en un pasillo repleto de cristaleras, a través de las cuales podíamos ver figuras humanas en su interior. Nos asomamos cautelosamente y reconocí al grupo de personas con batas blancas que ya había visto en los pasillos del sótano.

—Fueron ellos —aseveré en voz baja.

—¿A los hombres que viste? —preguntó Lexi en el mismo tono.

Asentí.

—¿Eso es un laboratorio? —Adler frunció el ceño.

Los tres entrelazamos miradas, porque eso era justamente lo que parecía.

En la línea de fuego ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora