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Mi mente daba vueltas mientras procesaba cómo Landon se había dirigido a la niña que tenía detrás. Esa no podía ser Anne, no podía ser su hermana, la niña que desapareció hace más de cuatro años.

Pensé en la posibilidad de que se estuviera confundiendo. No sería la primera vez. Sucedió un día soleado de julio, cuando pasamos por un parque repleto de niños pequeños que iban con sus padres. Landon se quedó paralizado al ver a una niña de espaldas muy parecida a su hermana. Sin pensarlo dos veces, corrió hacia ella y no pude hacer nada para impedírselo.

Sin embargo, cuando llegó a su lado y la tomó del brazo para girarla, la niña se asustó y comenzó a llorar, alejándose de él en busca de refugio en los brazos de su madre. Durante las próximas semanas, Landon no habló con nadie. Nunca llegó a hablar de lo sucedido.

Temía que esta situación terminara de manera similar, con una ilusión destrozada y el corazón de mi amigo roto una vez más. Pero algo en la mirada esperanzadora de Landon me decía que esta vez era diferente, que estaba plenamente convencido de que era ella.

Mis ojos se clavaron en Renata, porque así es como dijo que se llamaba. Pero, ¿y si ese no era su verdadero nombre? ¿Y si no era la hija de un trabajador de este psiquiátrico? Todavía recordaba cómo me suplicó que no la dejara sola con la directora cuando la llevamos a su despacho, pensando que estaba haciendo lo correcto. Parecía aterrada ante la idea de volver con esa mujer, y me pregunté qué motivos tendría para estarlo.

Mis ojos, aún llenos de escepticismo, se desplazaron lentamente de Renata a Landon, buscando cualquier similitud entre ellos. Al principio, solo vi dos rostros separados por la distancia, pero poco a poco, como si las piezas de un rompecabezas se estuvieran ensamblando frente a mis ojos, comencé a notar los rasgos que compartían.

El color de sus ojos, el mismo tono de cabello, la forma del arco de cupido en sus labios, incluso la manera en que fruncían el ceño cuando estaban confundidos. Eran sutiles, pero innegables. Y habían estado siempre ahí, solo que esta vez las vi con claridad.

Un estremecimiento helado serpenteó por mi columna mientras mi corazón martilleaba con violencia en mi pecho. ¿Cómo era posible que nunca hubiera sospechado nada antes? Recordé que Landon mencionó que tenía cinco años cuando desapareció. Esa niña no debía tener más de diez años, pero tampoco menos de cinco. Si realmente era Anne, ¿dónde había estado todos estos años? ¿Qué había pasado para que esta verdad permaneciera oculta tanto tiempo?

Landon seguía observando a la niña petrificado, como si su cuerpo no reaccionara, por lo que Madeline logró alejarse antes de que el caos pudiera desatarse por completo.

Los guardias abrieron fuego hacia los policías. Solté una exclamación ahogada al ver que mi amigo era directamente el objetivo a abatir. Sin embargo, Landon finalmente despertó de su trance. Retrocedió unos pasos para lograr ocultarse en el interior del hospital junto a sus compañeros, quienes contraatacaron disparando a través de las ventanas, ahora sin cristales. Lexi, Nils y Amelia hicieron lo mismo, ingresando de nuevo al edificio.

Nolan me tomó del brazo y me condujo hasta la fuente de piedra, brindándonos un poco de protección en medio del embrollo de disparos y gritos. Una bala impactó en una de las estatuas de ángel, desmoronándose en fragmentos. Los pedazos de piedra salieron disparados en todas direcciones, haciendo que los tres nos cubriéramos la cabeza con las manos.

La niña emitió un agudo chillido al ver cómo un trozo de piedra pasaba zumbando cerca de ella, apenas esquivándola por muy poco antes de caer al suelo con un golpe sordo. Pude volver a respirar cuando comprendí que tan solo había sido un susto, pues ninguna piedra la había alcanzado.

En la línea de fuego ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora