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No miré atrás cuando me levanté del suelo, tampoco lo hice cuando agarré a Renata de la mano, ni cuando cogí la pistola del suelo, la misma causante de la muerte de Adler.

Todavía se escuchaban los jadeos de Lily, intentando recuperar el aliento que le había robado. Podría haber sentido lástima por ella, pero la verdad es que nunca un ruido me había resultado tan gratificante.

Me había traicionado, creí conocer lo poco que me mostró de ella durante todo este tiempo. Pero solo era otra chica ocultando su verdadera identidad. Tampoco es que pudiera culparla por eso, pues yo hice exactamente lo mismo. Pero sin duda jamás compartiría las razones por las cuales lo hizo.

Renata caminaba a mi lado en silencio mientras nos dirigíamos hacia las escaleras, sus pequeños dedos entrelazados con los míos. Tenía que sacarla de aquí, devolverla con sus padres y asegurarme de que nunca más volviera a este sitio.

Sin embargo, apenas bajamos el primer escalón, escuchamos los pasos apresurados de alguien subiendo al último piso. Renata apretó mi mano con fuerza a la vez que un gélido temblor sacudía todo mi cuerpo. Fue tan repentino que no tuvimos tiempo de retroceder, ni la oportunidad de escondernos en alguna de las habitaciones.

Alcé la pistola sin titubear, preparada para utilizarla si la situación lo exigía. No quería más muertes, no quería más sangre derramada. Pero estaba más que dispuesta a apretar ese gatillo si alguien se interponía en nuestro camino.

No supe en qué momento había pasado de tenerle miedo a sentir un inmenso alivio al verlo, pero nunca imaginé que me alegraría tanto de verlo.

Venía con la respiración agitada, como si hubiese subido todos los pisos corriendo. Sus ojos oscuros se encontraron con los míos y un destello de confusión cruzó su rostro al observar mis manos. Pensé que era por el hecho de que lo estaba apuntando directamente con una pistola, pero entonces preguntó:

—¿La sangre es tuya?

Podía haberme preguntado muchas cosas teniendo en cuenta que tenía una pistola a la altura de su pecho y que su vida peligraba en ese instante, pero no cabía en mi cabeza la idea de que, lo primero que quisiera saber, fuera si la sangre era mía. No debería importarle si estaba herida o no, pero si de verdad le importaba eso, significaba que...

No, era un asesino. No podía sentir preocupación ni nada por nadie. Ni siquiera estaba segura de que tuviese ese órgano en el pecho llamado corazón.

Negué con la cabeza, sintiendo un nudo en la garganta mientras esos ojos verdes sin vida se proyectaban en mi mente. No podía permitirme desmoronarme ahora.

La respuesta pareció tranquilizar a Nolan, quien asintió lentamente, aunque la expresión de confusión persistía en su rostro.

—¿Has sido tú? —pregunté entonces, sin mover un solo músculo de la mano que sostenía la pistola.

Se formó un pliegue en su frente.

—¿Qué?

—Saben quién soy, lo saben todo de mí.

Su mirada denotaba cierta indignación por la acusación.

—Ya veo —murmuró—. Y sospechas que he sido yo quien ha filtrado la información, ¿verdad?

—¿Quién iba a ser, sino? —espeté, cansada de que me infravalorara—. Nadie más de este psiquiátrico conocía mi verdadera identidad, excepto tú.

—¿No crees que, si de verdad quisiera hacerlo, ya lo hubiese hecho desde el principio?

En eso tenía razón. Además, el tono de su voz era firme y sincero, lo que hizo que bajara un poco la guardia.

En la línea de fuego ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora