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Tal vez creerás que sentí un miedo inexplicable al escuchar mi verdadero nombre, que mi cuerpo enteró se paralizó y que el aire a mi alrededor se volvió opresivo hasta tal punto de cortarme la respiración. Y hubiese sido lo normal, teniendo en cuenta que ahora tenía que enfrentar las consecuencias que temía desde el principio.

Pero lo cierto es que no fue así.

Ya no me asustaba la idea de perder algo, porque lo había perdido todo. Acepté este caso con la esperanza de salvar a mi padre, y ahora estaba muerto. Ya no importaba nada. Porque perder mi trabajo no iba a ser ni la mitad de doloroso que enfrentar la realidad de que mi padre ya no estaría ahí en cuanto saliera. Y aunque al final consiguiera resolver este caso, su ausencia había creado un vacío tan grande en mi vida que ningún logro profesional podría llenar jamás.

La directora seguía mirándome fijamente, analizando mi reacción. Pero no hubo ninguna, y eso la desconcertó aún más.

—Has cometido un grave error viniendo aquí —comentó con un tono neutro.

Tragué saliva con fuerza, tratando de hidratar mi garganta seca y áspera.

Mi atención se desvió por un instante cuando escuché el peculiar sonido de los monitores médicos mezclándose con el tenso silencio. Miré a mi alrededor y me di cuenta de que estaba exactamente en el mismo lugar al que desperté cuando fingieron que me había dado ese golpe en las duchas.

La enfermería del psiquiátrico.

—Si sabéis quién soy, ¿por qué no me habéis enviado ya a la policía?

Pensé que era más que evidente; porque era una prueba tangible de lo que no querían que saliera a la luz. Si tenían que lidiar conmigo por medios legales, iban a salir perjudicados.

Sin embargo, la respuesta que vino después no fue la que esperaba:

—Porque tu llegada fue como un regalo para nosotros.

Una sonrisa intencionada tiró de las comisuras de sus labios.

Antes de que tuviese la oportunidad de preguntar al respecto, dio media vuelta y supe que su intención era dar por finalizada la conversación. Pero yo no estaba dispuesta a quedarme sin respuestas, no ahora que había llegado hasta aquí.

Con la mirada clavada en la directora, me levanté apresuradamente con la intención de llegar a la puerta antes de que se cerrara. Sin embargo, un repentino latigazo de dolor recorrió mi pierna izquierda cuando la apoyé en el suelo, recordándome la herida de bala que aún estaba en proceso de curación. Mis rodillas cedieron, y caí al suelo con un estruendoso golpe.

Podía haberme levantado, aporrear la puerta hasta que alguien me escuchara y la abriera. Pero no lo hice. Permanecí en el frío y duro suelo, ignorando el mordaz dolor que sentía en mi muslo y el vacío que se apoderaba de cada partícula de mi ser. Llevé mis rodillas al pecho hasta hacerme un ovillo y cerré los ojos, como si al hacerlo pudiera escapar temporalmente de la realidad que me rodeaba.

* * *

Mis ojos recorrieron la sala en la que estaba. Era blanca, impecable y silenciosa, con una luz suave que bañaba cada rincón. Siempre me había parecido aburrida, no había nada de color, ni ventanas para poder ver el exterior. Pero sin duda era mi lugar favorito, porque al menos allí no estaba sola.

Me encontraba con más niños. Algunos jugaban con los únicos juguetes que disponíamos, y otros preferían pasar el tiempo aislándose de los demás. Me pregunté por qué no aprovechaban la oportunidad de disfrutar un poco, si solo nos dejaban ir a esa sala una vez a la semana.

En la línea de fuego ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora