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A la mañana siguiente había asistido a la terapia grupal con la esperanza de que estuviese equivocada, pero al parecer no lo estaba. Porque tampoco lo vi allí.

Estaba comenzando a desesperarme por dos razones; uno, porque eso significaba que mi ingreso no tenía ningún propósito válido y, dos, porque nadie me tomaba en serio.

Después de comunicarme con Foster y explicarle lo que estaba ocurriendo, se había limitado a decirme que no estaba haciendo bien mi trabajo y que, básicamente, era imposible que no estuviese en ese hospital, ya que en los registros del sistema aparecía su nombre.

Esperé a que anocheciera y no hubiese tanta gente deambulando por el hospital para escaparme de nuevo. Unos minutos más tarde, estaba en mi antigua habitación.

Beth se encontraba sentada en su cama charlando con Lily. Cuando entré, ambas se giraron hacia mí. Beth abrió tanto la boca que se le cayó el chicle que estaba mascando, haciendo que Lily hiciera una mueca de hastío.

—¿Pero, qué...?

—Hola a ti también.

—¿Me explicas cómo demonios te estás escapando de tu habitación?

—Tengo una tarjeta. Y no me preguntes cómo la he conseguido, porque no lo sé ni yo.

Unos segundos después, la puerta se abrió de nuevo y apareció Adler a mis espaldas con unos documentos a mano. Se quitó la capucha, dejando ver una melena revuelta que le daba un aspecto desenfadado.

La expresión de sorpresa de Beth fue cada vez a peor.

—¿Y este qué coño hace aquí?

—Habíamos quedado en reunirnos a las once en esta habitación —le expliqué.

—Oh, genial. ¿Y las personas que conviven en ella no tienen voz ni voto?

Adler pasó por mi lado y dejó en la cama del medio, la que ahora estaba vacía porque supuestamente debía ocuparla yo, todos los papeles encima.

—¿Qué es todo esto? —preguntó Beth.

—Los archivos de Alyssa Hall y Nolan Jenkins.

—¿Y esos quiénes son?

—Mi hermana fallecida y el asesino más temido del país —contestó Adler sin titubear.

Beth me miró como si estuviese bromeando, pero negué de forma imperceptible con la cabeza.

—¿Habéis robado archivos del despacho de la directora? —inquirió Lily, como si temiera que las consecuencias de eso le fueran a salpicar a ella.

—Los hemos tomado prestados —corrigió él.

—¿Cuándo? —preguntó Beth.

—Ayer por la noche.

Ella se giró en redondo hacia mí, fulminándome con la mirada.

—¿O sea que te cubro las espaldas para que no te pillen y tú decides meterte otra vez en la boca del lobo?

Apreté los labios con fuerza y me encogí de hombros, sin saber qué decir.

—¿Has visto a Nolan en la terapia grupal? —me preguntó Adler.

—No.

—Mierda, pues tenías razón.

—No exactamente. En los registros del sistema aparece su nombre, así que tiene que estar aquí sí o sí. La pregunta es dónde.

Beth y Lily intercambiaron miradas de confusión.

—Espera un momento, ¿estás diciendo que el asesino más temido del país está en este hospital? —preguntó Beth.

En la línea de fuego ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora