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Cerré los ojos y dejé que el agua caliente cayera sobre mí, tratando de quitarme de la cabeza lo que había vivido en las últimas horas.

La imagen del cuerpo pálido de Margot, la sangre brotando de su nariz, la mirada de preocupación y desesperación en los ojos de Nils... Todo se reproducía en mi mente una y otra vez.

"Ellos me... me obligaron a hacerlo. Yo no... no quería..."

¿Quiénes eran "ellos"? ¿Qué le habían obligado a hacer?

Salí de la ducha y me envolví en una toalla. Con la mente nublada de preguntas, comencé a vestirme con ropa seca. Mientras lo hacía, miré de reojo la esquina en la que descubrí a Marlon mirándome fijamente, y un escalofrío recorrió mi columna vertebral.

Antes de ingresar a este hospital, traté de mentalizarme de lo que supondría convivir en un lugar como ese, pero jamás me imaginé que fueran a suceder este tipo de cosas.

¿Guardias de seguridad que acosan a los pacientes? ¿Suicidios? ¿Luces que parpadean por sí solas?

Una vez vestida, me dirigí hacia el segundo piso. Abrí la puerta de mi habitación y, con el cabello húmedo goteando sobre el suelo de madera, comencé a buscar en la mochila el bolígrafo con el chip dentro. Necesitaba poner a Foster al día.

Tras un largo rato buscando, no lo encontré.

La ansiedad se apoderó de mí, haciendo que mis movimientos fueran torpes y descoordinados mientras buscaba en otros sitios; cajones, estantes, rincones.., cualquier lugar al que pudiese estar. Pero no apareció por ninguna parte.

El corazón me latía de manera desbordante, como si quisiera escapar de mi pecho. Respiré profundamente, tratando de mantener la calma, pero resultaba bastante difícil teniendo en cuenta que, sin ese bolígrafo, no solo estaba incomunicada, sino indefensa.

En resumen, estaba jodida.

¿Cómo podía haber perdido algo tan valioso?

Nadie más había entrado a mi habitación, tenía que haber sido yo. Tenía que haberlo puesto en algún lugar que ahora mismo no recordaba o...

Un segundo.

Mis ojos se clavaron en la puerta y la analicé con la mirada. Para abrirla, tan solo tenías que girar la manilla, pues no contaba con ningún sistema de seguridad. Así que cualquiera podía entrar en las habitaciones de los pacientes.

Oh, mierda.

En un acto impulsivo, salí de mi habitación otra vez y atravesé el pasillo dando grandes zancadas. Al llegar a mi destino, piqué a la puerta con algo de urgencia. Al no escuchar a nadie al otro lado, insistí con más determinación.

—A la mierda —murmuré, girando el manillar para entrar.

En otro momento hubiese esperado, pero ahora no había tiempo que perder. Cada segundo que pasaba sin ese bolígrafo, era un segundo que perdía sin saber si Foster quería comunicarse conmigo.

—Disculpe, necesito... —comencé a decir, pero mi voz se apagó al darme cuenta que no había nadie sentado en el escritorio.

Estaba de pie, con la mirada perdida en el paisaje que se desplegaba más allá de la ventana. Su despacho era sin duda el que ofrecía unas vistas más impresionantes, especialmente en ese momento.

Desde allí se podía ver el bosque que nos rodeaba y se extendía en la distancia, cubierto completamente de nieve. Los abetos y pinos estaban vestidos de blanco, con sus ramas algo inclinadas por el peso de la nevada que se acumulaba. El sol, en su ascenso dorado, teñía el cielo de tonalidades que iban desde el naranja brillante hasta el amarillo suave, dando comienzo a un nuevo día.

En la línea de fuego ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora