40. Infierno mismo.

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"En el rincón del corazón, donde el amor y la confusión se abrazan, nacen los versos de la vida."

Emiliano Martínez

¿Qué carajos estoy haciendo? Amaba a mi esposa, ¿por qué la engañé...? Por qué no puedo dejar de pensar en Malia, aún sintiendo los labios de Mandinha sobre los míos.

Se me desgarró el alma al verla ahí, distanciada a unos cuantos pasos de nosotros, shockeada y herida por ver una escena que nunca, ni en mis más enfermos pensamientos desee que presenciara. Lo peor fue que no supe qué hacer en cuanto mi esposa cruzó por la puerta. Sabía que no podía dejarla ni dejar a mis hijos por otra mujer.

Otra mujer que amaba.

Entonces la vi a ella con los ojos al borde de las lágrimas y alejándose de mí como si fuese un monstruo, esa otra mujer que me hizo sentir vivo en cada momento que pasamos juntos desde que nos conocimos en Qatar, día tras noche, que avivó mi corazón con una pequeña chispa que creí que ya tenía con Mandinha y ahora solo dudaba de todo.

Malia era fuego y me quemaba por ella. Pero sabía que me ahogaba en un mar de mentiras y traición que yo mismo había creado, por la mujer que amo y juré amar para toda la vida. Mi esposa, la madre de mis hijos, aquella que nunca podría lastimar.

Sin embargo, también le prometí a Mal lo mismo, nunca lo haría y nunca podría hacerlo conscientemente, pero no podía estar con una y no lastimar a la otra. ¿Por qué no cumplí mi promesa? ¡Debí alejarme de ella cuando podía, pero no pude resistirme y ahora ya es demasiado tarde, mierda! 

Realmente quería arrepentirme de lo que sentía, quería no amarla como lo hago, en esa manera irracional y sin lógica. 

Me dolió ver que estaba así por mi culpa, afectada por la escena que debía ser privada, el enojo conmigo era casi insoportable, la rabia por querer protegerla pero a la vez con la impotencia de no poder hacer nada más que observar y fingir que no le había hecho el amor horas atrás.

Y sí, el único culpable era yo y nadie más que yo. Me había convertido en el ser más despreciable del mundo, no merecía que ninguna de las dos sufriera, pero ahí estaba, haciendo lo que nunca hice en mi vida.

Mentir, engañar y ser un completo hijo de remil puta. 

¡Debía ser yo el que sufriera, no ella! No se merecía nada de esto, no después de que me confesó amarme y yo amarla. Sentía que la perdía, que no podía volver a estar junto a ella nunca más y se me desgarró el alma, lloré como un estúpido y no pude evitarlo.

  Nunca mentí con lo que sentí, pero la realidad me superó. 

''Y-yo, los dejo solos...'' Fue lo último que escuché pronunciar de sus hermosos y adictivos labios, rojos por apretarlos tanto. Quise ir tras ella, juro que habría ido, pero ¿cómo podía?

Cómo podía dejar a mis hijos, a mi mujer por una chica que conocí no más de un mes, no, yo no podía... No debía y no sé si quería, mierda, miento, sí lo quería... con el alma, necesitaba decirle a Malia que podía quedarme a su lado, que la amaba solo a ella y que mis sentimientos estaban más claros que el agua... Pero mentía de nuevo, no estaban claros, ni iban a estarlo.

Por eso la dejé irse, con el corazón roto y con lágrimas, la dejé marcharse porque no podía obligarla a ver este juego cruel y despiadado, porque en realidad, el amor verdadero no emite la crueldad, ir lastimando a la gente así porque sí nunca estuvo bien, no me gustó nunca herir a nadie...

𝔘𝔫 𝔪𝔢𝔰 𝔪á𝔰. (''𝔇𝔦𝔟𝔲'' 𝔐𝔞𝔯𝔱í𝔫𝔢𝔷) 𝐓𝐄𝐑𝐌𝐈𝐍𝐀𝐃𝐀Donde viven las historias. Descúbrelo ahora