Capítulo uno

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Zackarias Craig


La cagué hasta el fondo.

Soy consciente de que lo hice.

Perdí a las personas que más valoraba en mi vida. A mi mejor amigo, a su familia —que me acogió sin problemas desde que era un niño desorientado y cerrado— y a ella... a esa pequeña pelirroja con mal temperamento, sonrisa genuina, ojos curiosos, ocurrencias que me hacían soltar una que otra carcajada, piernas blancuzcas y estatura enana a comparación de la mía. A esa Chispitas que me sacaba tanto sonrisas como me hacía cabrear y fastidiar, aunque la mayor parte del tiempo era yo quien la irritaba solo por el gusto que me daba ver como fruncía su nariz y me amenazaba con sus ojos celestes inocentes que no matarían ni a una mosca.

Pasó más de una semana desde que me pidió que me fuera. Y debo admitir que, en ese momento no lo sabía, pero cuando llegué al departamento en la universidad que solía compartir con Peter, me percaté del error que había cometido. Una vez que me senté a pensar las cosas, sin música, puñetazos o discusiones de por medio, me di cuenta del sabor amargo en mi boca. Y no era el de mi sangre.

No debí haber dejado que esa chica me besara en la fiesta de graduación, tampoco es que quisiera sus labios sobre los míos. Por lo único que cedí fue porque quería saber qué era lo que realmente sentía. Quería, en mi inconsciencia, probar otra boca, a otra persona para así entender si me encendía en cuerpo y alma como lograba hacerlo Lilly. Deseé, desesperado, que así fuera pues todo sería más sencillo pero no siempre las cosas resultan como me conviene.

Resulta que, de la única mujer que quiero los labios sobre los míos, es de Chispitas.

Este verano, ella despertó emociones nuevas que nunca antes había sentido y cuando me besó... ese pequeño error que cometió en esa maldita fiesta, revolucionó mis pensamientos, mis hormonas, mi vida. Comencé a desear cosas que no debería, empecé a molestarla más de la cuenta porque tenía la necesidad de tenerla rondando cerca mío incluso si era solo para que me insultase o me frunciera la nariz en disgusto, me encargué de que dejara a Brian porque cada vez que lo veía salir junto a ella con una expresión triunfal, algo parecido a la ira me carcomía por dentro. Odiaba pensar en sus manos sobre esa piel pálida que tanto me atrae, odiaba imaginar su boca sobre la suya redonda y besable, odiaba suponer que él podía darle más placer del que yo podría darle.

Y peor aún... cuando deduje que nunca había tenido relaciones sexuales con nadie. Tan inocente, tan indefensa, tan inexperta. Eso fue la gota que rebalsó el vaso. Lo que me hizo volver loco y que creó un deseo punzante de ayudarla con la exploración de ese aspecto en su vida. Y lo que también, desarrolló un espacio en mi pecho dedicado solo para ella.

Porque hacerlo con esta pelirroja irascible se sentía mejor que hacerlo con cualquier otra mujer experimentada con la que hubiera estado alguna vez. Ni siquiera era digno de comparar eso con el sentimiento que me provocaba verla debajo de mí, disfrutando tanto como yo, moviéndose para buscar mayor contacto y anhelante porque ponga mi boca sobre toda su piel exquisita.

Bésame, quiéremeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora