Disfruta de lo pésimo - parte 2

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«Entre más intentes escapar de algo más propensa eres a que te atrapé»

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Rose Kellen.

La vida debería ser como ir a la playa, sentarte en la arena caliente y disfrutar del viento producido por las olas. Debería ser así, calmada, bonita, con mucha naturaleza y menos gente haciendo daño.

Tristemente mi vida no es así.

Mi vida es algo más... ¿Compleja? No lo sé, la verdad ni siquiera conozco demasiado la playa, o sea, sí he ido pero solo unas pocas veces cuando era una pequeña y ya no lo recuerdo bien.

¿Quién soy?

Soy Rose, una chica de 18 años a la que se le olvidó cómo socializar porque ya ha leído demasiados libros con historias hermosas y ahora se le hace más fácil empezar a leer un libro nuevo que hablar con una persona.

Y es que para mí, la mejor compañía es un libro y no pienso discutirlo.

Vivo en la ciudad de Lendoms, siempre ha sido así, paso mis ratos libres leyendo, viendo series y preparando pulceras para venderle a los niños.

De algo hay que hacer dinero.

Tengo una amiga, sé que parece poco pero en realidad es más que suficiente. Vivo con mi mamá y pretendo hacerlo hasta que terminé mis estudios... Y bueno, no tengo historias locas como otros chicos de mi edad, pero si quieren que les cuente sobre los libros que he leído entonces sí tengo historias...

— ¡Roseeee!

Me levanté de la peinadora apenas escuché a mi mamá llamarme. Llevaba puesto unos pantaloncitos rosados de algodón y una camiseta blanca con un escrito en el pecho que decía «Sin mi mal humor perdería el encanto»

— Buenos días, señorita — me saludó alegremente, al verme llegar a la cocina.

La miré y le sonreí, la cocina era grande y estaba toda pintada de azul cielo, mi mamá llevaba su delantal y hacía maniobras con la espátula para evitar que se le quemará su obra de arte.

Lo más lindo de todo era la mesa.

Y no porque fuera una de vidrio con forma de círculo, no, lo lindo era que mi mamá había preparado panqueques.

Dato sobre mí: Amo los panqueques.

Y seamos realistas, todos amamos los panqueques.

— Buen día — la saludé, mirando la mesa —. Has amanecido muy hermosa hoy...

Intenté robarme -tomar sutilmente- uno pero mi mamá me dió con la espátula, que además estaba caliente, en las manos al momento que hacía «Eh, eh, quieta señorita» en manera de advertencia.

— Primero hagamos un trato, si aceptas te los daré todos.

La miré con desconfianza mientras sobaba mi mano. ¿Un trato?

— ¿Me darás todos los panqueques? — pregunté a la defensiva. Luego sonreí y puse ambas manos sobre la mesa, sin quitarle la mirada de encima —. Dime cuál es tu precio.

Mi mamá emitió una risa sabiendo que estaba ganando.

— Éste fin de semana irás a un retiro juvenil y descansaras de los libros.

Oficialmente se me quitó el hambre.

Ya mamá me había hablado sobre ese retiro, sería por tres días, a las afueras de la ciudad en un pueblito que tiene playas y cosas lindas, pero al final de todo nos mantendrían encerrados en un bosque artificial.

Pequeños, inmensos tres días Donde viven las historias. Descúbrelo ahora