Nosotros - parte 1

25 6 0
                                    

«Sé que quieres salvarme pero ya es tarde...»

.
.
.

Clark Reed.

Al comienzo solo sonó el violin.

Fue una melodía lenta y profunda que adormeció el lugar y encendió las pasiones de los que la escucharon.

Seguido sonó el piano con notas románticas las cuales harían a cualquier corazón acelerarse un poco. Luego la guitarra acompaño con mínimos acordes suaves. La flauta solo era un soplido débil que acompañaba la música.

Todo el ambiente se había tornado tranquilo incluso intenso. Algunos miraban al fondo del salón o al suelo como si estuvieran recordando a alguien o algo. Yo por mi parte solo la miraba a ella.

Rose sonrió nerviosa al notar como yo la estaba mirando.

— Ya deja de mirarme así — ordenó, bajando la mirada.

Sonreí, adoraba verla nerviosa por mi culpa.

— ¿Cómo?

— Como si quisieras o estuvieras esperando algo de mí — se quejó.

— Sí quiero algo de ti — admití
Ella me miró al instante —. Quiero que bailes conmigo.

Estaba a punto de darle un trago a su copa pero la bajó al escucharme.

— Ba–bailar ¿nosotros dos...solos?

Enarqué una ceja.

— No lo sé, si quieres invitamos a Phoebe y hacemos una especie de trío bailable. Nunca lo he intentado pero seguro que es entretenido.

Inmediatamente me puso mala cara y yo sonreí. Phoebe por su lado ya se había alejado.

Hasta yo me alejaría de un lugar con tanta tensión, la verdad.

— ¿O es que no sabes bailar? — me burlé.

Ella dudó unos segundos pero luego levantó su rostro orgullosa.

— Estoy segura de que no podrías seguirme el ritmo si bailaramos.

— Pues bailemos y demuéstralo — la reté.

— Pues bailemos — repitió, decidida.

Rose Kellen

Cuando Clark se giró para ir a la pista de baile me tomé toda la copa de un solo trago...

Como toda una señorita.

...Para los nervios y eso.

¡Es que yo no sabía bailar demasiado!

Y no es porque ahora me caiga bien pero Clark tenía pinta de que sí sabía bailar a la perfección.

A ver, tampoco podía ser tan difícil.

Al ver que no había avanzado se volvió a cruzar y me tomó de la mano.

— Vamos, nerviosita — dijo —. Bailar es como disparar.

Sonreí.

— Pues cuidado con tu pierna.

— Y tú cuidado con quedarte sin municiones — contestó, devolviéndome la sonrisa.

Oh, estúpido.

A mí me parece ingenioso.

Cuando llegamos al centro de la pista de baile los demás instrumentos dejaron de sonar y solo se escuchó como el pianista seguía su sólo con una canción romántica. No me jodan.

Pequeños, inmensos tres días Donde viven las historias. Descúbrelo ahora