Por ti - parte 1

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«Me gusta pensar que no coincidimos por casualidad»

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Clark Reed.

Estaba empezando un nuevo día y ya tenía ganas de matar a alguien. Y no a cualquier persona al azar, no,  en realidad quería matar al maldito que se le ocurrió la idea de empezar a tocar una campana a las siete de la mañana.

— ¡Es hora de levantarse! — se escuchaba cómo gritaba en los pasillos.

— Lo voy a matar — gruño Ámbar, enrollandose más en la cobija.

— Lo vamos a matar — mascullé.

Al pasar unos treinta llamados más decidí levantarme. Igual ya había perdido el sueño.

— No puedo creer que te rindas tan fácil — balbuceó Ámbar —. No dejes que nadie te diga cuánto puedes dormir, lucha por tu sueño Clark.

Sonreí mientras entraba al cuarto de baño.

— ¿Y perderme la oportunidad de disfrutar todo un magnífico día de actividades religiosas para sacar a Satanás de mi corazón? — dije con sarcasmo —. Ni loco.

Escuché como ella volvía a balbucear algo y me miré al espejo.

Por Dios, cada día amanecía más hermoso.

Me lave el rostro, cepille y salí a cambiarme los pantalones de algodón por unos jeans. No me iba a bañar a las siete de la mañana. Una cosa es que me guste bañarme y otra muy distinta es que me bañe ¿okay? igual ya me bañaría en un rato. Cuando no tuviera frío por ejemplo.

Cuando estuve listo fue que Ámbar se digno a levantarse.

— Odio los retiros — masculló —. Odio todo lo que me quite el sueño.

Enarque una ceja.

— Ayer Ángel te quito el sueño hasta la madrugada y no te ví quejándote.

En realidad todo el grupo estuvo despierto hasta las tantas de la madrugada pero Ámbar y Ángel se las arreglaron para dejarnos solos a mí y a los demás.

Tuve que soportar algunas bromitas de Frank por Rose y ahora los chicos bromean con que El grandioso Clark tiene una debilidad.

Y no, Rose no es mi debilidad.

— Es diferente — contestó mi compañera adormilada. Se puso seria —. Clark... ¿tú crees que se pueda ligar en éste retiro?

Yo estaba entretenido mirando el techo pero esa pregunta me hizo mirarla. Su cabello rojo estaba hecho un desastre, tenía la cara hinchada por dormir y un pijama rosado con flores que la hacía ver chistosa.

Ni se le notaba que era una asesina de ardillas.

— No lo sé Ámbar — admití —. Realmente lo correcto sería que viniéramos aquí solamente a aprender y esas cosas. Pero sería hipócrita de mi parte decirte que así es como debes vivir cuando en realidad yo soy el peor ejemplo de seguir reglas — sonreí —. Solo has lo que te haga sentir bien si lo arruinas te quedará la experiencia, supongo.

Me miró perpleja y de la nada se me tiró encima.

— ¡Alejate maniática! — balbuceé en medio de risas.

— ¿Tienes fiebre? — preguntó tocándome el cuello.

— Lo que tengo son ganas de darte una patada. Ya suéltame, Ámbar.

Y así entre bromas ambos nos arreglamos para salir de la habitación.

Sonará raro pero con Ámbar me provocaba ser así de yo mismo. Ella te hacía ser así. Supongo que el efecto Ámbar era ser tan original que te olbigaba a hacer lo mismo.

Pequeños, inmensos tres días Donde viven las historias. Descúbrelo ahora