Rose

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«Por favor, destruyeme de nuevo»

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Rose Kellen.

—Quiero morirme.

Phoebe me sonrió desde la peinadora.

—Si te bañas se va la resaca — opinó —.Por cierto ¿Cómo llegaste a la habitación antes que yo si estabas tan mal?

Me hundí de hombros. En realidad no lo sabía. Lo último que recuerdo fue que me alejé del grupo, y de una luz.

Sí, de una luz.

De ahí en adelante no recuerdo absolutamente nada y lo que sé, es que amanecí en mi habitación con el peor dolor de cabeza del mundo, pero al menos me quité los zapatos y los dejé ordenados junto a la entrada.

Qué les puedo decir, soy una borracha decente.

—No lo sé. Poderes de borracha supongo — dije y me levanté para tomar mi toalla —.Si al bañarme no se me pasa me suicidare.

Phoebe sonrió, negando con la cabeza.

—Exagerada.

*****

Ya luego de bañarme note que eso de que se me iba a quitar la resaca era pura mentira.

O sea, si me sentía un poco mejor, pero seguía sintiendo náuseas, dolor de cabeza, estrés, odio hacia el sol, estrés y estrés.

Sí, estaba de pésimo humor.

Eran aproximadamente las díez de la mañana y ya habíamos desayunado.

En el aire se notaba que ese era el último día del retiro. La mayoría andaba más cariñosa que de costumbre con sus compañeros y así.

Yo ni miraba a los míos, si no fuera porque Phoebe se estaba manteniendo a mi lado, yo ese día ni habría hablado con nadie.

Una hora después de desayunar Ángela nos había citado a todos frente a la cabaña.

Cuando llegue solo habían llegado otras dos personas y ellos eran los dos que habían empatado conmigo en juego del día anterior.

Ángela estaba allí junto a Elena.

Creo que ellas dos eran como mejores amigas o algo así.

—Buen día, Rose — me saludó Ángela —.Ya solo falta que llegue Clark.

—¿No se supone que deben llegar todos? — pregunté porque... Bueno, se supone que nos habían citado a todos. No solo a nosotros cuatro.

Ella me miró y sonrió.

—Te explicaré cuando él llegue..., ah mira, allí viene.

Me crucé instintivamente para mirar hacia donde había mirado Ángela y lo ví.

Clark venía caminando como si fuera el jodido dueño del bosque entero.

Llevaba unos pantalones holgados color verde militar, una franela negra sin estampados que se ajustaba muy bien a él, y unas botas largas del mismo color que su franela.

Eso junto a unas gafas de aviador y el cabello perfectamente peinado hacia atrás.

Vaya, que linda se ha puesto la mañana, el día y la semana.

Pequeños, inmensos tres días Donde viven las historias. Descúbrelo ahora