Él y ella

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«Y al final todo estuvo en el comienzo»

Clark Reed.

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Y allí estaba ella.

La persona que ni yo sabía que quería. Pero la que siempre necesité.

—¿Qué haces acá?

Inmediatamente cambio su gesto sorprendido por uno defensivo.

—No es tu problema.

—El bosque es peligroso de noche, Rose.

—Por motociclistas dementes cómo tú, Clark.

Entonces allí noté algo. Su aliento. Rose estaba ebria.

La miré y enarqué una ceja.

—No deberías beber alcohol en un retiro de la iglesia.

Casi reí al ver como su expresión sorprendida se hacía presente.

Seguramente en el mundo de Rose era difícil saber cuando alguien estaba ebrio. Pero en el mío, con solo una mirada se podía distinguir a un drogadicto... Aunque tuviera meses sin consumir un solo gramo.

—Déjame llevarte a tu habitación — me ofrecí.

Pero ella solamente dió un paso hacia atrás y me señaló.

—¡Quieres abusar de mí, asqueroso!

Puse los ojos en blanco.

—No seas tonta — la tomé de un brazo y sentí como todo su cuerpo era una gelatina —.Nunca tocaría a una mujer que no esté en todos sus sentidos.

Eso pareció calmarla un poco y aunque me siguió durante unos minutos, era obvio que no iba a ser tan fácil.

—Dejaste tu moto atrás.

La miré de soslayo.

—Lo sé.

En realidad no me importaba, prefería poder aprovechar cada paso del camino con ella. Ir en la moto no me apetecía. No esa noche.

—¿Y si te la roban?

—Dudo que alguien se la robe.

—Pero si...

—¿Podrías seguir caminando? — le reclamé al ver que se había quedado parada.

Me miró indignada y se tambaleó un poquito por la borrachera.

—¿Podrías dejar de ser tan amargado?

—No soy amargado.

Ella negó con la cabeza dramáticamente.

—Nooooo — dijo, toda sarcasmo —.Eres literalmente el ser más amargado que conozco.

—Contigo no soy tan amargado — fue lo único que dije.

—Y aún así eres insoportable — se acercó y me tomó de la mano —.Aún no me lleves a dormír, primero déjame llevarte a otro lugar.

La miré extrañado.

—Debes irte a dor...

—No — me interrumpió antes de que terminará de articular mis palabras —.Tú debes acompañarme a hacer algo y luego me duermo.

Negué con la cabeza.

—No te acompañaré a ningún lado, enana. Estás borracha.

—¡No estoy borracha! — exclamó completamente borracha, para luego apretarme la mano y llevarme jalado con ella.

Pequeños, inmensos tres días Donde viven las historias. Descúbrelo ahora