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Achara se quitó sus tacones altos, los arrojó lejos y cruzó el vecindario corriendo.
Pero no se detuvo ahí. Continuó corriendo hacia la ciudad. Al principio las calles estaban repletas de personas, pero luego quedaron prácticamente vacías.
Tardó casi dos horas en llegar a su destino.
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El cementerio había sido su objetivo desde el principio. Necesitaba despejar sus dudas.
Al cruzar la entrada, se sentía tan exaltada como cuando había abandonado la mansión. Tenía un mal presentimiento.
Buscó la tumba de su hermano. Ni siquiera recordaba dónde se hallaba. Literalmente la encontró por casualidad.
Miró con desprecio la lápida y luego se arrodilló en el suelo y comenzó a cavar con sus manos. No le importó arruinar su carísima manicure. Cavó y cavó, incansablemente, con ansiedad, rabia y un poco de miedo, hasta que sus uñas arañaron la puerta de madera barnizada del ataúd.
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Cuando Achara abrió la puerta del ataúd, comprobó su teoría: Niran no estaba allí.
